Pese a la urgencia de reformar la educación, esto se suele discutir entre los ministerios y los gremios magisteriales -que actúan en función de sus beneficios políticos y los aspectos económicos-, dejando fuera a los que tienen el derecho al servicio, que son los alumnos y sus apoderados –los padres-. Hay entidades que se ocupan de tecnología, infraestructura, capacitación docente pero raras son las que se abren a escuchar a los padres. También son escasas las encuestas que piden la opinión de padres o alumnos sobre la calidad de la educación de sus hijos y sus recomendaciones. Esto es resultado directo del monopolio estatal en la educación, lo que hace que no le preocupe la opinión de los beneficiarios.

El BID ha tratado de hacer algo en el tema en el 2008 con un estudio regional de satisfacción educativa, mostrando padres más satisfechos en América Latina que en otras regiones del mundo, exceptuando a Chile, Brasil y Argentina. En este país la encuestadora Poliarquía junto con la Fundación Formar hicieron un estudio en centros urbanos sobre precepciones y motivaciones de los padres respecto a la educación de sus hijos, la cual mostró que era el segundo factor de prioridad para los padres después de la salud. Más de la mitad se mostró insatisfecho con la calidad de la educación, aunque señalaron que lo que les preocupaba más era el consumo de drogas (50%), violencia (35%) y bullying (35%). Es decir, ningún asunto propiamente académico. Sin embargo sí señalan la importancia de tener buenos profesores a cargo de sus hijos.

En Chile, México, Colombia se han hecho primeros intentos en el tema pero aún es incipiente la consideración de la opinión de los padres como factor a tomar en cuenta en el diseño de las políticas y prioridades educativas. (Todo esto comentado por Gabriel Sánchez Zinny en “Parents Matter” para Latin Business Chronicle, julio 2012)

En el Perú Foro Educativo encargó a Apoyo a fines del 2007 la segunda encuesta nacional sobre educación en la que los entrevistados adultos (se supone que mayoritariamente son padres de familia) mostraron su insatisfacción con la calidad de la enseñanza (37%), falta de profesores buenos (28%), su poco compromiso con la educación (14%) y la falta de recursos estatales (9%). Al pedir una calificación de 0 a 20 de la calidad de la educación, en las zonas urbanas califican con 11.3 de promedio y en las rurales con 12.4 de promedio. En suma, aprueba en todo el país pero es mejor valorada en zonas rurales (a pesar que la realidad muestra que las condiciones objetivas de las escuelas rurales son muy inferiores a las urbanas). Esto se complementa con una gradiente inversa de calificación por niveles socioeconómicos (A-10; B-10.8; C-11.3; D-11-.9; E-12.4)

Consultados sobre qué es lo más importante que deben aprender sus hijos en la escuela dicen: leer y escribir (55%), prepararse para trabajar en el futuro (49%) aprender a analizar (47%), ser creativos (33%), ser respetuosos (33%) y saber sumar, restar multiplicar y dividir (30%). Consideran que los aprendizajes mejor logrados son leer y escribir (65%) y sumar, restar, multiplicar y dividir (50%) en total contradicción con los resultados de las pruebas nacionales que indican un pobrísimo aprendizaje precisamente en esas dos áreas.

Resulta aparentemente contradictorio que en el Perú los padres cuyos hijos reciben la educación más precaria sean los que evalúan mejor la educación recibida por sus hijos en la escuela, y que consideren logrado aquello que las pruebas de desempeño muestran que es muy deficitario. Creo que eso se debe a dos razones 1) Resignación (“eso es lo que hay” -no conocen otra educación ni saben evaluar su calidad-) y 2) Autoprotección (si dijeran que la escuela a la que mandan a sus hijos es muy mala sería como autoflagelarse). Junto con ello, en los hechos los padres rurales intuyen que la escuela no sirve de mucho por lo que no tienen muchos reparos para retirar a los hijos y llevarlos a trabajar.

Empoderar a los padres para que participen en el debate educativo puede ser más fastidioso para el gobernante que prefiere mantenerlos ignorantes y distantes, pero con ello está desperdiciando la oportunidad de convertirlos en aliados de una mejor educación para sus hijos.