El Tiempo, Piura

Winston Churchill decía de quienes despreciaba “tiene todas las virtudes que odio y ninguno de los vicios que admiro”; Leonard decía, respecto a un molesto competidor, “No hay nada malo en ti que una reencarnación no pueda arreglar”; etc. El humor ha probado ser un medio inteligente para decir las cosas más duras con elegancia.

Una persona con sentido del humor suele ser agudo, fino, facilitador de la “buena onda”. Puede servir para romper el hielo, refrescar el ambiente, incrementar la confianza mutua entre los interlocutores, abrir canales de comunicación, amortiguar situaciones estresantes.

Sin embargo, existen muchos obstáculos para dar cabida al humor y la risa en nuestras relaciones. Nos han enseñado desde pequeños en la escuela que no debemos reírnos porque la seriedad es un valor. Hay lugares en que está prohibido reír: iglesia, funeral, situaciones laborales. Solo en lugares precisos está permitido reír: espectáculos de humor, películas de risa. A eso se agrega uno de los frenos más importantes a la hora de reír que es el miedo a parecer poco formales o ridículos o inmaduros.

Valdría la pena detenernos un poco en este tema y preguntarnos si entre las muchas dimensiones del buen clima institucional escolar que se suelen listar no está ausente el del humor. Es decir, la capacidad de los miembros de una institución de relacionarse con humor, haciéndose bromas, contando chistes para romper el hielo, rompiendo la barrera de la formalidad de modo que los roles jerárquicos no intimiden a los interlocutores.

Por ejemplo en lugar de decirle a un colegia que hizo una barbaridad “qué bruto que eres” decirle con una sonrisa «en una escala de 1 a 10 tu acción merece un brillante 1». Si pudiéramos medir el nivel de humor que no resiente ni deja heridas en las relaciones interpersonales ¿no estamos acaso midiendo una infinidad de variables del buen clima institucional?

El humor evita además la ineficiencia de decir las cosas de manera poco franca y directa que caracteriza a las sociedades latinas, en las que por no ofender al interlocutor no le dicen las cosas de frente sino más bien a sus espaldas. Vaya paradoja: para no molestar u ofender al interlocutor, se habla mal de él a sus espaldas. Si uno puede hablar con franqueza y sin cortapisas con cualquier interlocutor, sea en serio o en broma sin tener que dar 20 vueltas y colocarle 10 cojines para que no le duela lo que se le dice o no haya malos entendidos, estamos frente a un buen clima institucional.

Si logramos instalar el humor en la vida escolar, podemos tener enormes beneficios para convertir la escuela en un espacio democrático de interacciones y relaciones sociales horizontales. Para ello tenemos que romper el manto de rigidez y seriedad del que está recubierto, y dar rienda suelta a las oportunidades para reír, gozar, y desarrollar un buen sentido del humor, que es sinónimo de inteligencia y salud mental.

Sin embargo en educación debemos ser muy conscientes que hay que manejar el humor con cuidado, para no herir ni degradar o burlarse de las personas con las que nos relacionamos, teniendo en cuenta el hecho de «reírse con» y no «reírse de», es decir, compartir el humor con los demás utilizando el humor adecuado que es el elegante, conveniente y oportuno.

Por ejemplo, imaginemos a un profesor de educación cívica que está tomando un examen oral a un alumno y él le dice “profesor, Ud. está cometiendo un fraude”. El profesor sorprendido le pregunta “¿Cómo es eso?” Y el alumno le contesta “según el código penal, comete fraude todo aquél que se aprovecha de la ignorancia del otro para perjudicarlo”. ¿Qué haría el profesor frente a este alumno? ¿Reprobarlo por ofensivo?; ¿Acoger el chiste con disfrute? En ese escenario se podría colocar el termómetro del clima institucional.

Lograr instalar el humor en el espacio educativo no es sencillo, porque nunca hay que pasarse la raya de la falta de respeto a las sensibilidades y heridas del otro, o costumbres culturales si se trata de extranjeros que no siempre se conectan con el humor local. Dimensionar los límites del juego humorístico es por tanto otra clave en esta construcción de un ambiente cordial.