El Tempo 14 12 2013

Me dejó pensando una reciente experiencia turística, con motivo de una visita de 3 días a Córdoba-Argentina para acompañar el matrimonio de una pareja querida.

Durante el viaje sentía una irritación anticipada por la desazón que me producía ir a un país que estaba retrocediendo varias décadas en la gestión de su desarrollo debido al gobierno de la sucesión Kirshner, y porque en viajes anteriores a Buenos Aires encontré varias personas con actitudes muy pedantes que esperaba no encontrar en esta oportunidad.

Llegando al aeropuerto, me atendió un jovial joven oficial de migraciones que bromeaba con el motivo de mi visita (pensado que era yo el que me venía a casar). De buen ánimo salí a buscar el taxi y me encontré con un tosco y malhumorado chofer que parecía hacerme un favor de llevarme al hotel. Ya empezaba mi mal recuerdo de Buenos Aires cuando en el hotel me recibió un joven y amable administrador, que nos dio una cálida bienvenida, aunque luego constatamos que el hotel había cometido un enojoso error en el tipo de habitación que habíamos reservado.

Salí a pasear con mi esposa y el city tour que íbamos a tomar a las 2.30 pm según señalaba la hoja oficial de turismo había sido cancelado sin previo aviso, para nuestro fastidio, pasándolo a las 4.00 pm. Fuimos entonces a una cafetería a tomar algo y nuevamente nos encontramos con la imagen del mozo lento, indiferente, malhumorado, que parecía no tener ganas de atendernos y escuchar con calma nuestro pedido. De allí salimos al tour y encontramos una amable guía, a pesar que sus explicaciones parecían aflorar de la lectura de un disco memorizado en su mente.

Durante los tres días encontramos gente muy amable y atenta, incluyendo al chofer del taxi de retorno al aeropuerto que me dijo que en Córdoba el que quiere trabajar encuentra trabajo. Él cambiaba de carro cada 5 años para no gastar en costosas reparaciones producto del desgaste del automóvil, y pensaba que el problema de los que protestaban era la gran cantidad de vagos que quieren ganar mucho sin hacer mayor esfuerzo. También encontramos gente malhumorada, distante, que más bien parecían comunicar un malhumor y vida miserable. Entre ellos un funcionario de la línea aérea que ante la pérdida del documento sellado de ingreso al país de un familiar le hizo pensar que podría perder el vuelo para hacer el trámite de recuperación (cosa que no era así).

A mi esposa y a mí nos encantó la ciudad de Córdoba: limpia, ordenada, planificada, calles anchas, plazas y parques por doquier, un centro lleno de vías peatonales, mucha presencia del estado en instituciones de servicio público (educativas, salud, defensorías de niños, requisitos formales para desempeñar funciones públicas, etc.). Nada hacía presagiar la huelga policial y los saqueos que le costaron a mi esposa 5 horas de demora en el aeropuerto sin ninguna atención de los funcionarios locales.

Comparto las anécdotas del viaje para reflexionar sobre la forma como un turista se forma la imagen del país que visita. Así como cuando vamos a una tienda de ropa o a un supermercado y nos formamos un criterio sobre la calidad del establecimiento a partir de la manera como somos tratados por el vigilante, los despachadores, los cajeros, etc. del mismo modo cuando un turista visita un país construye su imagen a partir de cada uno de los contactos personales que tiene con cada persona con la que interactúa. Eso hace la diferencia entre un turista que se lleva una mala imagen del país y otro que se lleva una huella de calidez, simpatía, amabilidad, que de seguro será comentada a otros futuros turistas.

En suma, el crecimiento del turismo al Perú depende mucho más de lo que cada peruano haga en su vínculo particular con los extranjeros con los que interactuamos, que de lo que diga la publicidad de Promperú. Aquí hay una tarea cívica que depende de cada peruano y sobre cuyos alcances conviene que se discuta en los espacios educativos escolares y universitarios, así como en los medios de comunicación.