Correo 04 04 2014

¿Quién tiene más probabilidades de tener una vida plena, fructífera, feliz? Un alumno muy popular, gran contador de chistes, muy capaz pero que solo estudia cuando algo le interesa y “se las arregla para pasar”; o, un estudiante muy focalizado en sus estudios, aficionado a las notas máximas, que vive con un enorme stress por cada tarea, trabajo, examen y nota que va a obtener, y a veces tiene que tomar pastillas para la úlcera y dolor de cabeza. Su objetivo a todo costo es mantenerse en los primeros puestos ya que sus padres, profesores y él piensan que esa es la llave del éxito futuro.

Respetando las relatividades del caso, lo más probable es que el común de los padres aspire (y presione) para que sus hijos obtengan las mejores notas “no importa cómo” aunque lo más frecuente será encontrar que los alumnos del primer caso sean los más exitosos en la vida.

Por extrañas razones estar bien educado en la vida escolar se ha convertido en sinónimo de sacar buenas notas, que lo único que consagra es la capacidad de un alumno de responder positivamente a los exámenes, trabajos y expectativas del profesor que muchas veces no tienen nada que ver con el cultivo de las fortalezas y talentos de los alumnos. Demasiados “excelentes alumnos” la pasan mal en la vida universitaria o más aún, después de ella. ¿No es hora de revisar qué es una “buena educación”?