El Tiempo, Piura 12 04 2014

Resulta curioso notar que muchos profesores pasan buena parte de su actividad docente evaluando, calificando y poniendo notas en exámenes y trabajos de los alumnos, sin que ellos aprovechen mayormente esta información para mejorar su desempeño. Es más una constatación o certificación de cierto nivel de desempeño que una retroalimentación. Los errores que llevan a bajar puntos son vistos por los alumnos como señal de incompetencia, fracaso que produce vergüenza más que como un estímulo para aprender y mejorar. En realidad, salvo escasos profesores que le dicen a sus alumnos revisa tus errores, corrígelos y volveré a revisar y evaluar tu examen, no hay ningún incentivo para aprender de los errores.

El renombrado autor de best sellers Malcolm Gladwell recuerda la regla de oro del rapero Ben Haggerty, conocido por su nombre artístico como Macklemore al que en una ocasión entrevistó y le comentó sobre su regla de las 10,000 horas. De decía que ese es el número de horas que estima que convierten a alguien en un experto en su actividad, siempre que esas horas se focalicen en una práctica deliberada que implica aislar aquello que no funciona bien hasta lograr dominarlo en base a una intensa práctica.

La analogía familiar puede ser la práctica del piano o violín clásico. El instrumentista no toca la pieza de principio a fin una y otra vez. Lo que hace es detenerse en las áreas difíciles y practicarlas hasta lograr dominarlas para luego pasar a la siguiente y así sucesivamente hasta alcanzar la perfección. Eso mismo podría aplicarse al trabajo escolar si se reconociese que los errores son las cosas más valiosas para orientar el aprendizaje que ha de ocurrir en la clase, porque permite a profesor focalizarse en aquello que el estudiante no domina. Sin embargo, los alumnos no ven los errores de esta manera porque no solo no se crea el contexto para corregirlos sino que no los analizan racionalmente. Más bien lo hacen emocionalmente: les hace sentir estúpidos, avergonzados, por lo que los rehúyen.

En otras palabras, el verdadero éxito académico no debiera derivar de cuán hábil es el alumno de manera natural sino de qué modo encara sus errores. Si el alumno que se equivoca siente que sus errores afectan sus notas, ello golpea su autoestima que se verá atacada por la retroalimentación, en cambio, si siente que los errores generan una oportunidad para que el profesor lo ayude a encontrar el camino para superarlos, sabrá incorporarlos como parte natural de su aprendizaje.

Si se desea revertir la sensación negativa que producen los errores hay que ayudar a los alumnos a ser específicos respecto a ellos. En lugar de decir que su respuesta está mal, sería mejor decirles qué es lo que no anda bien en su respuesta. También se puede tomar los errores más comunes que cometen los alumnos para analizarlos abiertamente en clase con todos los alumnos. Mientras más abiertos sean los alumnos para hablar de sus errores menos tensión habrá para enfrentarlos y corregirlos.

Los errores ocurren por razones específicas: no recordar algún dato, dar mal un paso en el procedimiento, no tener claridad en el planteamiento de la solución al problema.

Precisar qué aspecto produce el error es mucho más estimulante para corregirlo la próxima vez que simplemente clavarle a los alumnos una “X” en tinta roja y decirles que está mal lo que han hecho.

Esta columna se ha inspirado en la lectura de “Teaching Students to Embrace Mistakes” (Edutopia, 20/03/2014) y creo que puede ser útil para los profesores que desean bajar la tensión de sus alumnos y convertir el señalamiento de los errores en un medio para el aprendizaje más que en una constatación de la incompetencia de los alumnos