Correo 02 05 2014

Bella DePaulo convocó voluntarios universitarios y adultos para interactuar en espacios privados confidenciales pidiéndoles que relaten la peor mentira que recuerden haber dicho en su vida. Pensaba que saldrían historias de adulterios, despilfarros, engaños a clientes, etc. Se sorprendió de ver que no eso lo que aparecía sino relatos sobre mentiras infantiles, como haber robado a un hermano, comido un pastel reservado para otro, etc. Descubrió que esas mentiras infantiles hacían que los niños cuestionaran su autoconcepto de ser buenos niños y de haber hecho lo correcto.

Muchos sujetos comentaron que esa mentira trascendental al comienzo de su vida estableció un patrón que les afectó posteriormente. Hubo expresiones interpretativas como «cuando me di cuenta que podría engañar bien a mi padre concluí que podía seguir haciéndolo».

Las mentiras que se dicen en la infancia son significativas por lo que la reacción de los padres puede tener un efecto contundente en los niños. La Dra Talwar dice que cuando los padres presionan innecesariamente a sus hijos para que confiesen una falta los incentivan a decir mentiras (“Educar Hoy”, Cap 4). Si el niño es honesto pero la respuesta adulta es emocional o colérica, el niño dejará de decir la verdad. Por ello, en lugar de preguntarle ¿tú ensuciaste la mesa? (conociendo la respuesta) sería mejor evitar incomodarlo, sobre entender que sabemos que cometió la falta y más bien decirle directamente que cuando quiera pintar ponga un periódico debajo del papel.