El Tiempo, Piura 22 03 2015

La mayoría de la gente instintivamente evita los conflictos, pero Margaret Heffernan sostiene que los buenos desacuerdos son fundamentales para el progreso. Relata la historia de la epidemióloga Alice Stewart del Royal College of Physicians, que en los 1950’s estudió el aumento en la incidencia de cáncer en niños provenientes de familias pudientes.

Para explicar esta anomalía analizó cuestionarios contestados por los padres encontrando que la única diferencia notoria en los niños muertos -en proporción dos a uno-, radicaba en que las madres estuvieron expuestas a rayos X durante el embarazo, práctica usual en aquella época que depositaba confianza en tecnología de los rayos X.

Alice Stewart publicó sus hallazgos preliminares en The Lancet en 1956, pero tomó 25 años para que el cuerpo médico británico y estadounidense abandonara la práctica de tomar rayos X en mujeres embarazadas. Los datos estaban disponibles pero pocos querían atenderlos. Por su parte Alice Stewart continuó con la necesidad de cerciorarse si estaba en lo correcto. Trabajó con un estadístico llamado George Kneale que decía: «Mi trabajo es demostrar que la Dra. Stewart está equivocada». Buscaba activamente que refutarla, con diversas formas de analizar sus modelos, estadísticas, estrujar los datos con tal de crear conflictos en torno a sus teorías. Sólo no pudiendo demostrar que estaba equivocada, George podría dar a Alice la confianza que necesitaba para saber que tenía razón. Alice resistió el impulso neurobiológico que la hubiera llevado a preferir personas como ella, para buscar al opuesto con diferentes antecedentes, maneras de pensar y experiencias, a contrapelo de la mayoría de las organizaciones en las que la gente teme mucho al conflicto (85% de ejecutivos en encuestas citadas por ella).

 

¿Cómo desarrollar estas habilidades, para que sea una forma natural de pensar y actuar, aún si implica enfrentar a pares y autoridades? La mejor forma es empezar desde el colegio. Estimular a los alumnos a que confronten los saberes comunes, debatan sus tesis, busquen fisuras y argumenten en contra de las propuestas que escuchan de los demás. Eso no es posible en contextos de educación autoritaria y jerarquizada, en la que no se cuestiona lo que dice el profesor o el libro, y se castiga con malas notas al que piensa diferente.

 

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