El Tiempo, Piura 11 04 2015

Un arquitecto apasionado se amanece varios días sin mirar el reloj para perfeccionar su diseño para un puente o edificio. Si al mismo arquitecto le pido que durante todas esas horas cargue ladrillos y los coloque en una pila para ser transportados ¿invertirá la misma energía, entusiasmo, pasión? ¿o se aburrirá, procurará evadir, hará pausas interminables, conversará, se distraerá…(lo que su capataz denominaría «mala conducta»)?

La misma analogía se aplica a un apasionado arqueólogo excavando, un abogado penalista en pleno juicio, un atleta que se entrena para lograr su mejor performance, o un estudiante apasionado de la pintura o el piano. Todos hacen un trabajo riguroso, agotador, pero insisten porque sienten la motivación por hacer bien la tarea, enfrentar el desafío, porque le encuentran sentido al esfuerzo.

Pregunto: el común de los alumnos que van a los colegios tradicionales a empernarse a la carpeta para escuchar al profesor, tomar apuntes en silencio, rendir constantes pruebas y exámenes, hacer infinitas tareas… ¿siente lo que siente el apasionado pintor, médico, arqueólogo, abogado, arquitecto cuando producen su actividad, o sienten como ellos cuando les piden que carguen ladrillos sin ton ni son?… Para un alumno sentir que le piden cargar esos ladrillos ¿es lo que podríamos calificar como la mejor preparación para la vida? Al alumno que se resiste a perseverar para cargar esos ladrillos ¿hay que mandarlo a terapia?

Más allá de la inteligencia, talento, capacidades que tenga un niño, si el trabajo escolar no es sentido como relevante para él (no lo entiende, no le ve sentido, le aburre, no está a su alcance, etc.) lo natural es que rehúya comprometerse con ese trabajo. El rol del profesor es producir el encuentro entre el material a aprender y los intereses, motivaciones y capacidades de los alumnos, para lo cual tiene que invertir esfuerzo e ingenio para pensar cómo hacerlo tomando en consideración el conocimiento y los aportes que traen los alumnos. Eso no se logra haciéndoles rellenar un libro pre fabricado por otros que no conocen a los alumnos, o intentando seguir a ciegas un programa que no se preparó teniendo en consideración el particular grupo de alumnos a su cargo.

Es hora que los colegios serios aborden estos desafíos.

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