Correo 17 04 2015

Para los jóvenes de 15 a 18 años, especialmente si se han criado en hogares económicamente solventes, trabajar en tareas de escasa calificación, que demandan tiempo y esfuerzo físico para recibir a cambio una pequeña remuneración tiene dos ventajas. Una, que enseña humildad, compasión, a entender el vínculo entre el trabajo, la paga y el valor de cada sol. Puede producir en ellos una sensación de conexión con aquellos que hacen su carrera laboral mediante esos trabajos, previniendo la sensación de superioridad de los futuros ejecutivos de cuello blanco o los que ocuparán posiciones encumbradas. Puede ayudar a tratar con dignidad y respeto a los trabajadores de menor remuneración, a conocer sus historias de vida, problemas, sabiduría; a girar de la admiración a quienes con poco esfuerzo logran grandes fortunas hacia entender que hay otros héroes a los cuales admirar, aquellos que construyen una vida decente mediante el trabajo y sudor cotidiano.

La otra ventaja es que nunca el aula de clases podría simular el contexto de un centro de trabajo así como nunca un centro de trabajo permitirá crear los espacios de reflexión o sistematización académica que ocurre en las aulas de clases. La combinación de ambos es ideal para articular el mundo del estudio y trabajo, darle sentido a ambos, permitir que los jóvenes integren dentro de sí las experiencias de trabajo y aprendizaje académico. Sin embargo para que sea posible se necesita esa visión educativa del trabajo y una legislación que se lo facilite a los jóvenes.

 

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