Revista Padres-Cosas 202 del 29 04 2015

Colegio de 365 días al año
LA PARALIZANTE CULTURA DEL “NO SE PUEDE”
Por León Trahtemberg

Todo empezó con una columna el 1ero de abril por el Día de los Inocentes de Canadá en el blog parentdish titulada “Summer vacations: Canadian government announces year-round school”
(gobierno canadiense anuncia la escuela continua durante todo el año), eliminando los dos meses de vacaciones de verano. En ella se sostenía que el gobierno federal había anunciado su decisión de poner fin a la tradición de Canadá de dos meses largas vacaciones de verano (julio y agosto) y que a partir del 2017 los niños asistirán a la escuela durante todo el año. Decía que según el ministro de educación el año escolar tendrá cuatro trimestres, con pausas de dos semanas entre cada una. Era una medida para favorecer a los padres que trabajaban, que habían respondido favorablemente a una consulta previa, especialmente por la existencia de cada vez más hogares monoparentales, así como para reducir los retrasos en los aprendizajes producidos por las vacaciones largas. El estrés escolar se cortaría cada tres meses con esas dos semanas de vacaciones.

Al postearlo en mi facebook -sin decir que era un post falso, aunque estaba indicado al final del mismo post del blog canadiense en su última columna- me sorprendieron varias reacciones de quienes lo tomaron en serio. Unos, argumentando que estas eran maniobras típicas de los colegios privados que buscaban que ganar más dinero (pese a que eso no tenía nada que ver con el post que no mencionaba la educación privada y más bien aludía al conjunto incluyendo especialmente a la pública). Todo eso denotaba un enorme resentimiento espontáneo contra la educación privada que bien vale la pena considerar. Algo está pasando con la oferta educativa privada que hace que haya niveles de insatisfacción y sensibilidades tan elevados. Probablemente se debe a que muchos padres pese a pagar importantes montos de dinero en cuotas y pensiones escolares encuentran que a sus hijos no les va bien en el colegio, salen jalados, repiten de año, necesitan terapias o profesores particulares, cambian de colegio, viven intoxicados de tareas y trabajos. Algunos sostienen que lo único que les importa es lucrar menospreciando la calidad del servicio prometido. A quienes hacemos esfuerzos educativos con pasión educadora y de buena fe nos duele este sentimiento, pero es un sentir sobre el cual los colegios particulares deben trabajar.

DIVORCIO ESCUELA- DISFRUTE

Otros comentaristas encontraron inmediatamente reparos diciendo que los niños necesitaban un tiempo con sus padres y un período anual de diversión y felicidad, implicando que el colegio es un espacio en que padres e hijos están distanciados y que involucra actividades tediosas y cargosas en las cuales no hay mayor entretenimiento ni disfrute. Todo eso denotaba una preocupante percepción de la escuela como una isla para el sufrimiento y la incomunicación y las vacaciones como la “hora del recreo” anual que necesitan los alumnos.

De hecho hay alumnos que disfrutan más de las vacaciones que de las clases escolares regulares, aún si en vacaciones realizan actividades académicas similares a las del colegio. Además disfrutan de las vacaciones porque “por fin” puede dedicarse a hacer cosas que le encantan. ¿Por qué tiene que ocurrir ese disfrute solo en vacaciones? ¿Por qué no puede ser la vida escolar rutinaria un espacio de disfrute continuo de experiencias de aprendizaje y sociales que ayudan a crecer? Después de todo, para que las vacaciones sean productivas, al igual que ocurre con los adultos, deben ser reparadoras, oxigenar el cuerpo, la mente y el alma. Eso significa salirse de la rutina, dedicarse a hacer cosas con las que uno disfruta plenamente y evitar aquellas que en la rutina desgastan física o emocionalmente.

No se trata que los alumnos no enfrenten situaciones que les generen dificultades o frustraciones. Es bueno que las cosas no les vengan fáciles, que tengan que tolerar la frustración y aprender a esforzarse mucho para alcanzar logros. Pero una cosa es esforzarse con interés y deseos de hacer las cosas bien y otra es enfrentar cosas tediosas, aburridas, insulsas, que sean sentidas como irrelevantes para sus vidas. Por ejemplo, un arquitecto que se trasnocha haciendo diseños que le apasionan hasta lograr el óptimo ¿se sentiría igual cargando ladrillos o planchando camisas por el mismo número de horas?
¿Hasta qué punto la época escolar es sentida como aquella en la que hay que cargar ladrillos, y las vacaciones aquella en la que se hace actividades con las cuales se disfruta?

NO SE PUEDE

Regresando al post que dio origen a esta columna y las reacciones de los comentaristas en Facebook, lo que más llamativo me resultó fue constatar que más del 80% de los comentaristas expresaban argumentos bastante espontáneos del tipo “no se puede”, sin mayor intento de ponerse a pensar en la posibilidad de que una propuesta así podría ser atrevida pero tener algún sentido. Es decir, una enorme dificultad por salirse de la reacción emocional inicial que impulsa a decir “eso no se puede”, “no estoy de acuerdo” (porque no se alinea con mi costumbre), en lugar de decir “a ver, veamos de qué se trata, pensémoslo a ver si esto puede tener algún sentido”.

¿Por qué sería imposible conceptualizar una escuela de 365 días al año? Eso no quiere decir que sean 365 días de hacer lo mismo todos los días, con tareas, trabajos y exámenes que exasperan a alumnos, padres y profesores. Tampoco significa una escuela en la que los padres no puedan participar. Yo veo factible una escuela que integre las dimensiones de ser escuela comunitaria, campamento de verano, centro deportivo, con actividades electivas, encuentros de padres con hijos en actividades compartidas, escuela de padres, etc. que no incluyan la obligatoriedad de ir todos los días en el formato escolar clásico, etc. Es decir, que se trate de un centro de actividades educativas y recreativas para los niños y sus familias dentro del cual hay períodos de trabajo «al estilo escolar» complementado por muchas otras posibilidades. De hecho, conozco algunos colegios que se han construido dentro de grandes complejos deportivos a los que los niños asisten todo el año, incluso en las noches y los fines de semana, y en muchas ocasiones con sus padres. En cuanto a profesores, basta con generar turnos alternativos de modo que siempre haya profesores disponibles mientras otros están de vacaciones o capacitándose.

Me preocupa que cada vez que se plantea una opción para cambiar de paradigmas hacia otros que sean más placenteros y conducentes a una vida mejor surja una cantidad de expresiones del tipo «no se puede» que es tan abrumadora que se convierte en el principal freno para que no haya cambio alguno. Me pregunto cuántas de las innovaciones que el Perú importa porque ha sido incapaz de gestarlas desde nuestro país no tienen su origen en los profesionales cuyo punto de partida es “no se puede”. Me pregunto también si ese ancla que detiene el progreso no se instala en la mente de los peruanos desde que son niños y asisten a los centros de educación inicial en los que las actividades suelen ser tan prescriptivas, represivas, predecibles, “profesor dependientes”.

En lo que a mí respecta, mi filosofía de vida es que «sí se puede». Ese es el alma que anima mis proyectos, propuestas y realizaciones. Algunas por supuesto fracasan, pero otras tienen éxito. Si no se compra el boleto de la lotería, es imposible ganar el premio. No olvidemos que uno de los principios de la innovación es el de partir de ideas locas. En el proceso de analizarlas y discutir su viabilidad, muchas veces se forjan variantes más cuerdas que sí pueden tener viabilidad. Quién sabe al Perú le falten más oportunidades para pensar en ideas locas en vez de aferrarnos a los sentidos comunes oxidados que no nos permiten despegar como nación.

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