Correo 28 08 2015

The Guardian publicó una notable columna de una joven de 16 años quejándose del sistema educativo (I am 16 and the education system is destroying my health, Orli Vogt-Vincent, 16/08/2015). Explica que su ilusión por llegar a la secundaria se vino abajo al descubrir que la única opción para el éxito era encajar en lo establecido por los adultos. Desaparecía la creatividad bajo la rutina de memorizar hechos y estadísticas para los exámenes, con un futuro basado en un conjunto de criterios establecidos arbitrariamente por los examinadores. Unas cuantas respuestas marcan la diferencia entre el éxito y el fracaso.

La presión sobre los jóvenes es inmensa y todo lo que están aprendiendo es que su mejor desempeño no es suficientemente bueno, que hay que tratar constantemente más y que un mal resultado los convierte en fracasados.

Se ignora totalmente que el logro más importante al que una persona debe aspirar es estar a gusto en su cuerpo, tener la certeza de que pueden vivir bien su vida y definir el éxito en sus propios términos. La certeza de que el sistema educativo está haciendo un buen trabajo no viene de empapelarlos con exámenes, sino de dejarles respirar en ambientes de trabajo relajados y enriquecidos para el aprendizaje. No se trata de convertirlos en adultos rotos, heridos por las respuestas marcadas y expulsados cada vez que no son aptos. Una generación así solo formará jóvenes temerosos que nunca serán lo suficientemente audaces para tomar la iniciativa para descubrir cosas nuevas, porque habrán aprendido que el éxito es un destino que sólo tiene una ruta de acceso, que además ha sido definida por otros y no por uno mismo.

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