El Tiempo, Piura 17 10 2015 Los Andes, Punto 18 10 2015

Al observar la cantidad de conflictos sociales e interpersonales que tenemos en el Perú, inclusive aquellos en los que son protagonistas empresas o personas correctas y de buena voluntad, recordé una anécdota que hace unas décadas me contó mi papá. Tenía un chofer a su servicio desde que inmigró al Perú en 1950 al que 28 años después tuvo que indemnizar para su jubilación. El chofer insistía que según su cuñado él había trabajado 30 años con mi papá. Él le mostró su pasaporte para que vea que eso era imposible porque solo tenía 28 años en el Perú. No había forma de hacerle entender. Era una mezcla de terquedad, anclaje en una idea fija y respuesta emotiva de un peruano que quizá sentía que el extranjero lo estaba estafando (supongo que como herencia inconsciente de los siglos de conquista y colonia).

¿Qué nos ha pasado a los peruanos que nos ha convertido en interlocutores conflictivos, a veces irracionales, desconfiados, que vivimos con la presunción que el otro siempre quiere engañarnos o estafarnos? No tengo respuestas simples y concluyentes, pero sí tengo la presunción de que esto es producto de una historia discriminadora nunca sincerada, una falta de vocación por lograr una reconciliación interna entre los peruanos “de todas las sangres”, y una visceral corrupción que lleva a presumir normalmente que quien quiera que tenga el poder para decidir o tramitar algo, lo ejercerá para beneficio propio. En suma, no nos hemos educado para vivir en comunidad y asumir los compromisos que de ello se deriva, por la obsesión por vivir el “sálvese quien pueda” desde una mirada individualista del éxito.

Nada de esto se pone en agenda cuando se discute nuestra educación, currículo, infraestructura, o cuando se evalúa obsesivamente el desempeño de niños pequeños en matemáticas y lectura asumiendo que allí está la clave de la buena educación. Tampoco cuando el FMI o BM aplauden la economía peruana o se discute sobre seguridad ciudadana, corrupción, incapacidad del poder judicial o la contaminación ambiental.

¿No será hora de darle más peso en todos nuestros quehaceres a esta búsqueda de construir una comunidad sana de la que todos nos sintamos parte activa y en la que todos asumamos nuestras responsabilidades ciudadanas?

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¿Deberíamos enseñar amistad en las escuelas? Aprender a hacer las paces, tan importante como la tabla del 3 Las peleas entre niños afectan a su aprendizaje y desarrollo emocional

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