Correo 16 10 2015

Hasta ahora no entiendo por qué tantos colegios son espacios fríos, rígidos, solemnes, tristes, en los que la alegría, risa y humor están ausentes de las clases. Parecería ser que el mensaje tradicional implícito es que la escuela es un lugar serio, de trabajo esforzado, de obediencia a las consignas “sin chistar”, en el que la risa rompería la tensión disciplinaria como podría ocurrir en medio de una formación militar.

Es curioso que siendo el humor y la risa uno de los actos alegres más inclusivos sea algo tan implícitamente prohibitivo. Los estudios psicológicos sobre el humor muestran que un ambiente alegre es saludable y en él los alumnos están más motivados, tienen menos estrés, aprenden mejor, sienten la sensación de bienestar y se distraen de las preocupaciones que ocupan la mente, tal como se observa aún en algunas aulas de educación inicial amables. Además de mejorar el clima y el ambiente de clase, fomenta la creatividad debido a que en un ambiente de temor e intimidación se hace más difícil crear y desarrollar nuevas ideas (Begoña García, U. de Valladolid).

Para conseguirlo, el profesor debe transmitir disfrute con lo que hace y desarrollar actividades lúdicas relacionadas con su materia, mostrarse sonriente, transmitir flexibilidad e ilusión y buena actitud aún ante los errores.

Me pregunto qué pasaría si las clases de los profesores empezaran pidiéndoles a los alumnos que cuenten algún chiste (apropiado a la edad y convenciones del respeto), para reírse todos haciendo de la alegría la antesala al tema a tratar. ¿No es hora de repensar la vida escolar?

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