Correo 12 02 2016

Mueven a decepción las revelaciones de las últimas semanas sobre la propaganda electoral desde la UCV, la reiteración de deficiencias en la elaboración de las tesis de César Acuña, la extraña “coautoría” del libro de Otoniel Alvarado y las sorprendentes refutaciones que Acuña y su entorno hicieron sobre su conducta académica. Me han impactado sobremanera, habida cuenta que por años mantuve una cordial relación profesional con César Acuña dando conferencias para educadores en diversas sedes de la UCV, a la par de otros profesionales bien intencionados. En varias ocasiones he expresado mi simpatía por el apoyo que César Acuña daba a los postulantes de pedagogía interesados en realizar estudios superiores y a maestros motivados en actualizarse y que no tenían acceso a otras opciones.

Yo, personalmente, no me alineo con quienes descalifican a la UCV por el nivel de sus estudiantes, desconociendo que es similar al de la mayoría de las alternativas existentes, y que varias de las mejor marketeadas han rebajado sus exigencias académicas para no perder clientes y no hacen mucho por fomentar la investigación científica, el desarrollo de patentes y la competitividad profesional. Sin embargo, sobre los asuntos mencionados en la introducción sí cabe expresar mi decepción, porque las relaciones profesionales basadas en la buena fe no pueden ignorar las realidades que cuestionan el proceder de Acuña.

Ojalá que César Acuña recapacite y asuma que el Perú y, en particular, la comunidad educativa de la UCV merecen de su parte una valiente y reivindicadora actitud de rectificación.

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