Correo 26 08 2016

Hace unos años se hizo viral un video en el que aparecían niños de 4 a 6 años enfrentados al reto de comer un malvavisco de inmediato o en cambio esperar 15 minutos y recibir entonces otro más. Se mostraban las imágenes de niños que podían contenerse y postergar la gratificación y otros que no podían. Supuestamente, eso sería predictor de la tolerancia a la frustración que se reflejaría a lo largo de los años de modo que los no inmediatistas tendrían mejores habilidades cognitivas, sociales y puntajes más altos en los tests del final de la escolaridad.

Esta experiencia la realizó en 1970 el psicólogo Walter Mischel en Stanford y luego fue replicado por muchos más.

Alfie Kohn confrontó estas conclusiones en un interesante artículo publicado en Education Week (“What Waiting for a Second Marshmallow Doesn’t Prove, 10/09/2014). 1) La intención de Mischel no fue detectar el autocontrol ni pronosticar nada sino descubrir qué estrategias utilizan los alumnos para sostenerse ante el desafío de esperar (fue eficaz imaginar un juego. Esa habilidad era la que se correlacionaba con un mayor desarrollo cognitivo). 2) Mischel no encontró 10 años después más autocontrol en unos que en otros. Lo que ocurría era que las mismas estrategias usadas para imaginar alternativas eran las que luego permitían tener mejores desempeños escolares.

Por lo demás, si hubo experiencias previas similares, esperar podría ser una buena opción, pero si no, escoger lo más próximo puede ser una mejor opción que posponer la gratificación, porque en la espera se pueden perder muchas oportunidades favorables.

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