Al día siguiente en EE.UU.(elección de Donald Trump, encuestas, presión de comunicadores)
(1era. parte, 09 11 2016) Trump me resultaba irritante por su descalificación constante y groseramente adjetivante a todos los «diferentes» o contrincantes, cosa que me parece inaceptable para el líder de una nación, aún sabiendo que en el siglo XXI en todo el mundo las campañas electorales son un circo mediático en la que los candidatos arman su libreto en base a lo que a la gente le gustaría escuchar, que esta vez estaba alineado con el «cambio». Se sabe además que el margen de maniobra de un presidente está acotado por el congreso, las grandes corporaciones y los gobiernos estatales, y que siempre «después de» no es lo mismo que «antes de» la elección.
Pero lo que me resulta ahora más notorio es observar cómo los comentaristas de los diversos canales internacionales de TV que hasta ayer decían poco menos que si gana Trump será una catástrofe mundial, hoy empiezan a decir cosas en diferentes tonos y proyecciones. ¿Será la capacidad de adaptación de las personas a las realidades de la vida o la fragilidad de su argumentación que fácilmente puede ser reformulada? ¿Cuán confiables son esos comentaristas?
(2da. parte, 10 11 2016) Una vez más, una oportunidad para pensar en lo que significa formar ciudadanos para estos tiempos desde la escuela, que no se dejen llevar por la presión de las modas, tendencias, mayorías, lo que dicen los medios, las encuestas, etc. sino que piensen y elijan por sí mismos sus opciones, lo que requiere una buena dosis de fortaleza para ir contracorriente, ser coherente con los valores propios, actuar en temas polémicos en función de su identidad y preferencias personales. El ciudadano de hoy no solo debe ser capaz de aquilatar los pros y contras de cada opción en situaciones complejas (como la elección presidencial), sino inclusive tiene que saber elegir entre dos males el que a su juicio es el menor, porque no siempre las opciones serán ambas positivas o una de ellas marcadamente superior a la otra. Y al hacerlo, si bien debe escuchar y leer las más diversas fuentes, tiene que saber que al final es una elección y decisión personal la que debe marcar su camino por la vida. (Eso ocurre desde el debate de los transgénicos, clonación, manipulaciones genéticas, pena de muerte, uso de energía nuclear, operar o no un tumor, hasta cosas tan mundanas como qué empresa telefónica y plan tarifario elegir, qué tipo de alimentos, ropa o automóvil, qué colegio para sus hijos, etc.)
No sé si Trump sea la mejor opción para los Estados Unidos, pero sí he visto como los comentaristas de los medios han procurado crear un sentido común en el que votar por Trump era catastrófico y votar por Clinton era la salvación nacional, «presionando» a los votantes a hacerse eco de esa visión y hemos visto cómo esa presión aún tiene límites resistentes en la población que bien o mal cree en cosas distintas. Sin embargo, las técnicas de persuasión serán cada vez más subliminales y sofisticadas y nuestros niños deben estar preparados para lidiar con eso. Me pregunto ¿qué cosas de la vida escolar los prepara para eso? ¿En qué situaciones cotidianas el niño o joven ejerce esa prerrogativa de aquilatar, elegir, decidir respecto a su vida, cuando en las escuelas usualmente todo lo deciden las autoridades nacionales o el director y los profesores?

Artículos de interés sobre el triunfo «imprevisto» de Trump y también su postura en educación

Yong Zhao en kappan 21 01 2019. Efectos secundarios en la educación: ganadores y perdedores en los programas de vales escolares

Las escuelas charter son escuelas públicas administradas por entes privados que tienen más autonomía que las públicas tradicionales en cuanto a su funcionamiento administrativo y métodos de enseñanza.
Por lo tanto pueden ser más innovadoras y responder mejor a las necesidades de sus estudiantes que las escuelas públicas regulares, y se les exige mejor desempeño académico.
A diferencia de las escuelas públicas tradicionales, las charter también pueden inscribir a estudiantes radicados fuera de su propio distrito escolar.
Todo indica que la promoción de las charter será uno de los focos de la administración Trump, quien durante la campaña electoral prometió establecer un fondo de 20,000 millones de dólares para los 11 millones de niños en edad escolar que viven en la pobreza, para que asistan a las escuelas públicas o privadas que sus padres deseen.
Además, se opone a la exigencia de usar los mismos estándares comunes para todos los estados de EE.UU. Los Common Core son estándares educativos comunes adoptados por 42 estados del país que intentan que todos los estudiantes de las escuelas, vivan, por ejemplo, en Alaska o Florida, se gradúen de secundaria con los mismos conocimientos y lleguen preparados a la universidad.
La idea es rechazada por conservadores que afirman que los Common Core promueven una misma solución a estados con distintas realidades y que son una imposición del gobierno federal.
Trump ha dicho que los Common Core son “un desastre” y que los anularía al llegar a la presidencia, a pesar de que el gobierno federal no intervino en su creación, fueron adoptados voluntariamente por los estados y la ley prohíbe expresamente al departamento de Educación intervenir en ellos.
Trump won because college-educated Americans are out of touch Higher education is isolated, insular and liberal. Average voters aren’t.
Extractos:
Higher education in the United States, after all, is woefully monolithic in its range of worldviews. In 2014, some 60 percent of college professors identified as either “liberal” or “far-left,” an increase from 42 percent identifying as such in 1990. And while liberal college professors outnumber conservatives 5-to-1, conservatives are considerably more common within the general public. The world of academia is, therefore, different in terms of political temperature than the rest of society, and what is common knowledge and conventional wisdom among America’s campus dwellers can’t be taken for granted outside the campus gates.
Think about the sets of issues that are often at the core of the identity of the working-class folks who elected Trump: religion, personal liberty’s relationship with government, gender, marriage, sexuality, prenatal life and gun rights. Intuition and stories guide most working-class communities on these issues. With some exceptions, those professorial sorts who form the cultures of our colleges and universities have very different intuition and stories. And the result of this divide has been to produce an educated class with an isolated, insular political culture.
Thus today’s college graduates are formed by a campus culture that leaves them unable to understand people with unfamiliar or heterodox views on guns, abortion, religion, marriage, gender and privilege. And that same culture leads such educated people to either label those with whom they disagree as bad people or reduce their stated views on these issues as actually being about something else, as in Obama’s case. Most college grads in this culture are simply never forced to engage with or seriously consider professors or texts which could provide a genuine, compelling alternative view.
The goal of such changes would not be to convince students that their political approaches are either correct or incorrect. The goal would instead be educational: to identify and understand the norms, values, first principles, intuitions and stories which have been traditionally underrepresented in higher education. This would better equip college graduates to engage with the world as it is, including with their fellow citizens.
Extractos:
The president-elect supports school vouchers and scaling back the government’s role in student lending.
Trump is likely to push what he’s called a “market-driven” approach to education
Perhaps Trump’s most oft-quoted education promise on the campaign trail was a pledge to “repeal” Common Core
One area where the Trump administration could make changes, and where officials might use the muscle of the Education Department, is in expanding the use of vouchers that would let students use federal money to attend the schools of their choice, be they charters, private or parochial schools, magnet programs, or traditional public schools. Trump has proposed $20 billion to move that idea forward.
“You’re going to see Trump making a push for parental choice,”
Broadly, a Trump administration would be pro-charter and pro-voucher while also looking to generally scale back the federal government’s role in education. Robinson said he expects Trump to emphasize “entrepreneurship” over “bureaucracy,” and to demand “taxpayer accountability.”
El presidente electo propuso dividir los 20.000 millones de dólares de los programas federales para la educación pública en «vales» para pagar escuelas privadas, públicas y autónomas
«Voy a ser el mayor promotor de la Nación para que cada familia elija su escuela», dijo Donald Trump durante su campaña electoral. No fue casual el lugar elegido para hacerlo, la Cleveland Arts and Social Sciences Academy, una escuela chárter con fines de lucro en Cleveland. Ese día, el entonces candidato republicano anunció que al llegar a la presidencia tomaría 20.000 millones de dólares de los programas federales para la educación pública y se los transferirá a los estados para que los conviertan en vales escolares para escuelas privadas, públicas y autónomas.
La idea es que las familias dispongan de estos vales o cheques educativos para elegir la escuela de sus hijos, sin que sea obligatorio que la misma se encuentre en el distrito donde reside, en cualquiera de sus ofertas (pública, privada, religiosa, autónoma chárter o en la creciente homeschooling -escuela hogareña-). En la modalidad homeschooling, los padres podrían utilizar esos cheques para contratar profesores particulares que enseñen en sus domicilios.
Ese es el núcleo central de la propuesta educativa de Trump: instaurar la libre elección de colegio para todos los alumnos.
Ausente en el debate de campaña, pero presente en la transición
La educación no estuvo muy presente en el debate de la última campaña presidencial en los Estados Unidos. Muchos contaban con el triunfo de Hillary Clinton, lo que garantizaba la continuidad de la política demócrata, y gran parte de la atención estaba puesta en las promesas de la candidata de bajar los intereses a los préstamos otorgados a estudiantes universitarios para que puedan costear sus carreras de grado y a mejorar la inversión del sistema público de educación. A su vez, la ex secretaria de Estado no está de acuerdo con las escuelas chárter. Cree que si se desfinancia el sistema público las escuelas más pobres, que atienden población más vulnerable, podrían desaparecer.
Pero con la victoria de Donald Trump, en las últimas horas la atención de los analistas educativos se posó abruptamente en la propuesta republicana, que parece tener dos ejes centrales en educación básica: descentralización absoluta de la administración de las escuelas, al punto que Trump anunció que cerrará el Departamento Federal de Educación para ahorrarse ese costo burocrático e invertir ese dinero en más vales educativos, y eliminar los estándares básicos educativos, con el objeto de permitir que cada escuela y su comunidad los defina.
El segundo eje es «Educación Superior». Trump pretende alcanzar acuerdos en el Congreso para obligar a las universidades a eliminar gastos superfluos y bajar considerablemente los costos de matrícula. A cambio, les ofrecerá recortes en impuestos federales. Respecto a los préstamos universitarios, cree que deben ser los bancos, y no el Estado, quienes deban otorgarlos a tasas y tiempos más accesibles.
Descentralizar
«No hay política fallida que necesite un cambio más urgente en este país que el monopolio del Gobierno en educación», aseguró Trump en su discurso de cierre de campaña. Toda una definición a la que deberán acostumbrarse los estadounidenses si el excéntrico presidente electo cumple con sus promesas de campaña.
Hoy los representantes demócratas, que apenas comienzan a digerir la derrota, tejen estrategias para evitar que en un futuro inmediato el presidente electo meta mano en esos 20.000 millones de dólares de fondos federales. Alertan y recuerdan que parte de ese dinero es invertido por el actual gobierno para ayudar a los 11 millones de niños en edad escolar que viven en la pobreza. Sin embargo, para Trump este argumento es insuficiente. Está convencido de que esos fondos están mal utilizados, pretende que los mismos «sigan al estudiante» e insiste con que cada familia elija qué escuela quiere para sus hijos.
«Nuestras escuelas públicas han crecido en una zona libre de competencia, rodeada por un muro de sindicatos muy alto»
Trump reiteró varias veces a lo largo del año que era necesario cambiar el modo de inversión del gasto público en educación. «Si a cada estudiante le diéramos una beca por 12.500 dólares, que es lo que gasta en ellos el Estado, para que seleccionara la escuela de su preferencia, no solo le daríamos poder a las familias, también se crearía un masivo mercado de educación competitivo y con mejores resultados», señaló.
No hay dudas: Trump quiere una mayor autonomía escolar, está persuadido que el sistema educativo y los sindicatos son «muros». Así los llamó reiterando una palabra que suele utilizar para dividir entre lo que él cree es lo correcto y lo perjudicial. Todo parece indicar que crecerán las escuelas «chárter», una modalidad muy utilizada en Estados Unidos, que nació hace 25 años en Minnesota y hoy está presente en 43 Estados de la Unión.
Estas escuelas forman parte de la oferta educativa pública. Sin embargo, aunque su financiación proviene del presupuesto público, la gestión es plenamente autónoma e independiente, a cargo de fundaciones, empresas, universidades y particulares. Existen las escuelas chárter «sin fines de lucro», es decir que subsisten exclusivamente de los vales educativos estatales que las familias les entregan anualmente cuando inscriben a sus hijos y aquellas privadas «con fines de lucro», que recaudan un arancel agregado al cheque estatal entre las familias.
Este formato escolar no es exclusivo de ese país, también se aplica en países como Canadá, el Reino Unido y, en un ejemplo más cercano, en Chile.
Medidas polémicas
A partir del próximo 20 de enero, el presidente Donald Trump deberá enfrentar a la opinión pública que cree que su propuesta educativa es inaplicable e irresponsable. Como así también a los sindicatos docentes, muy cercanos a Hillary Clinton. De hecho, durante la campaña, se pudo ver miles de maestros entrando a trabajar a sus escuelas con un pin en sus solapas con la leyenda «Vote Hillary For President». Evidentemente, la mayoría de ellos no comulga con la propuesta del republicano que incluye «incentivos para docentes a cambio de méritos». Trump se encargó de recordar, cada vez que abordó el tema, que busca «recompensar a los buenos maestros, en vez del fracasado sistema de antigüedad que recompensa a los malos maestros y castiga a los buenos».
«Suena extraño un líder nacionalista promoviendo un sistema ultraliberal, sin Estado, cada uno procurando su propio modelo educativo para sus hijos», dice a LA NACION Gustavo Iaies, especialista en educación y presidente de la Fundación CEPP. «Más que un programa, hay un conjunto de iniciativas ultraliberales para que cada uno se ocupe de su educación, con un Estado que ni siquiera regula. La tradición americana es muy liberal, pero nadie se suicida. Al menos a nivel de los condados, la escuela estadounidense de gestión estatal es defendida por los padres», agrega.
La corporación gremial promete dar batalla a los cambios que anunció Trump, al que maltrataron duramente estos meses. Siguiendo con la impronta que marcó su cruzada, Donald Trump los castigó sin piedad y catalogó a los sindicatos de maestros como un obstáculo. «Nuestras escuelas públicas han crecido en una zona libre de competencia, rodeada por un muro de sindicatos muy alto. ¿Por qué nos sorprendemos por los malos resultados educativos sí después de todo los maestros están motivados por esos sindicatos?» interrogó al electorado.
¿Las propuestas de Trump podrían tener eco en la Argentina?
A priori, nuestras costumbres y la convivencia de más de un siglo con un sistema educativo que financia la oferta e incluye todos los bemoles para garantizar la inclusión masiva, nos hace pensar que estamos en las antípodas de las propuestas del electo presidente republicano. Sin embargo, los bajos resultados en términos de calidad educativa y terminalidad de la escuela media, podrían hacer dudar a más de una familia.
«Si el Estado les diera, como promete Trump, el gasto público educativo en cheques individuales para buscar una escuela para sus hijos, en la que se dictaran clases todos los días, muchos de los padres de la provincia de Buenos Aires hoy lo hubieran apoyado», afirma Gustavo Iaies a LA NACION. «Muchos dirigentes sindicales también lo hubieran apoyado cuando habla de destruir el sistema, que cada escuela sea ella y su comunidad. Sobre todo aquellos que se quejaban por las pruebas de evaluación estandarizadas en el caso del operativo Aprender. Allí nadie se vería comparado con nadie», sentencia.
Algunas de las propuestas sobre política educativa aprobadas en las urnas tendrán consecuencias en el bolsillo de los contribuyentes, mediante impuestos o emisión de deuda.
UNIVISION noticias Por: Randy Nieves-Ruiz nov 09, 2016
Los electores estadounidenses revivieron en las urnas el martes la educación bilingüe en California, rechazaron la expansión de las escuelas charter en Massachusetts y aprobaron cientos de millones de dólares para financiar la educación primaria, secundaria y superior en sus estados, según los últimos resultados de las elecciones generales.
Estas fueron algunas de las propuestas sobre política educativa sometidas a votación en varios estados del país, que tendrán consecuencias en los sistemas de educación pública estatales y un impacto en los bolsillos de los electores.
Trump promete 20,000 millones de dólares para financiar libre elección de escuelas
En California, casi tres cuartas partes de los electores (73%) aprobó la Propuesta 58, que eliminó la prohibición de los programas bilingües de enseñanza en las escuelas públicas del estado.
Desde 1998 los estudiantes que están aprendiendo inglés en las escuelas de California reciben un año de instrucción intensiva de ese idioma antes de ser transferidos a clases donde sólo se enseña en dicha lengua.
La Propuesta 58 permite a los padres elegir si quieren que sus hijos estudien en un programa bilingüe o pedir que les enseñen solo en inglés.
Esta iniciativa se sustentó en distintos estudios que indican que la educación bilingüe, cuando está bien diseñada e implementada, puede ser al menos igual de buena que los programas tradicionales en inglés.
La guerra por las charter
Massachusetts, por su parte, fue escenario de otra contienda sobre política educativa muy reñida y en la cual los grupos a favor y en contra recaudaron decenas de millones de dólares para defender su opción: la Pregunta 2, que autorizaba la creación de un máximo de 12 nuevas escuelas charter al año en el estado o la expansión de la matrícula en las ya existentes.
La medida fue rechazada por casi dos terceras partes de los electores, 62%, mientras el 38% la apoyó.
Las escuelas charter son escuelas públicas que pueden reclutar estudiantes de un área más extensa que su propio distrito escolar, y tienen más libertad de acción en cuanto a su funcionamiento administrativo y métodos de enseñanza. Por lo tanto pueden ser más innovadoras y responder mejor a las necesidades de sus estudiantes, que las escuelas públicas regulares.
Massachusetts, que presume de uno de los mejores sistemas educativos de EEUU, limita por ley la creación de escuelas charter en el estado -a un máximo de 120 escuelas (hay 80 en la actualidad)- y la cantidad de fondos públicos que se pueden asignar a tales escuelas.
Propuesta 58 reviviría la educación bilingüe en California tras 18 de su eliminación
Los opositores a las charter alegaron que este tipo de escuelas les quitan a las públicas tradicionales los recursos que necesitan para funcionar.
Los mayores opositores a la Pregunta 2 fueron los sindicatos, sobre todo los de maestros, mientras que varias organizaciones comunitarias y que abogan por la libre selección de escuelas apoyaron la iniciativa. Los opositores recaudaron unos 11 millones de dólares para combatir la propuesta y los que la apoyaban unos 20 millones de dólares.
En Georgia, los electores rechazaron 60% a 40% la Enmienda 1 a la Constitución estatal, que creaba el ‘Distrito de oportunidad escolar’, un ente que se encargaría de administrar las escuelas con peor desempeño del estado, administrarlas junto con un distrito escolar, convertirlas en escuelas charter o cerrarlas. Opositores alegaron que se trataba de una medida para entregar escuelas públicas a empresas privadas.
Otra propuesta aprobada por el 65% de los electores es la Medida 99 de Oregon, que aparta un máximo de 22 millones de dólares anuales provenientes de la lotería estatal para financiar el programa de ‘Escuelas al aire libre’, para que todos los estudiantes de escuela pública o privada, de entre 11 ó 12 años de edad, puedan pasar una semana acampando al aire libre y aprendiendo sobre la flora, fauna, recursos naturales, economía y conservación del estado.
La financiación de la educación salió ganando
La Medida 98, que exige al estado asignar unos 800 dólares al año por estudiante para la creación o expansión de programas contra la deserción escolar, educación vocacional o preparación para la universidad, también fue aprobada por el 65% de los votos contra 34%.
Trump promete disminuir mensualidades de préstamos estudiantiles y bajar costos universitarios
Otra serie de propuestas educativas en las papeletas estatales tenían que ver con la emisión de deuda o aumentos de impuestos para financiar distintos aspectos de los sistemas educativos estatales.
En ese sentido California aprobó la Propuesta 55 por 62% a 38% para que las personas con ingresos anuales mayores de 250,000 dólares paguen más contribuciones sobre ingresos para reemplazar los fondos perdidos durante la recesión destinados a la educación del kinder al duodécimo grado y a los colegios comunitarios de California.
También la Propuesta 51 (54% a 46% ) para autorizar al Gobierno a disponer de 7,000 millones de dólares en bonos públicos para modernizar y construir nuevas escuelas públicas y 2,000 millones para colegios comunitarios.
La educación también se vio beneficiada de la enmienda constitucional aprobada por 53%-47% en Arkansas y que legaliza la marihuana medicinal, pues los impuestos derivados de la venta de yerba serán destinados a escuelas vocacionales, institutos técnicos y entrenamiento laboral para los residentes del estado.
En Nuevo México, los electores aprobaron por 63% a 37% la emisión de bonos por un máximo de 142.3 millones de dólares para invertir en educación superior, escuelas especiales y tribales, y en Rhode Island aprobaron por 59% a 41% otra emisión de deuda por 45.5 millones de dólares para invertirlos en la restauración y construcción de edificios de la Universidad de Rhode Island.
No todos los electores, sin embargo, aceptaron aumentarse los impuestos para financiar la educación.
Donald Trump propone créditos contributivos para ayudar en el pago de guarderías infantiles
En Oklahoma, el 59% de los electores se negó a aumentar el impuesto a las ventas en un 1% para invertir 615 millones de dólares en la educación superior, y en Alaska rechazaron emitir bonos para financiar programas de préstamos estudiantiles a bajo interés estaba perdiendo según los datos más recientes
Los electores de Maine, por su parte, aprobaron la Pregunta 2, que autoriza un impuesto de 3% a los hogares con ingresos mayores a 200,000 dólares anuales para financiar la educación pública entre el kínder y el duodécimo grado.
En una propuesta que no tienen que ver con financiación de la educación, los votantes de Lousiana rechazaron con el 57% de los votos la Enmienda 2 a la Constitución estatal, que autorizaba a las juntas directivas de los sistemas de educación superior a establecer el monto de sus colegiaturas y otras cuotas sin tener que pedir autorización a la Legislatura estatal.
Education in the Trump Presidency After a shocking end to the 2016 election, Harvard Graduate School of Education faculty experts assess the future (Casey Baayer, Nov. 10, 2016 )
As Donald Trump prepares to become the 45th president of the United States, the implications for education remain uncertain. We asked Harvard Graduate School of Education faculty to share thoughts and reactions to the election, during which Republicans maintained control of the House and Senate and — in an important local contest — a ballot question to expand the cap on charter schools was rejected by voters.
James Ryan, Dean of the Graduate School of Education:
In the coming days and weeks, we have the opportunity to show that the anger, bitterness, and divisiveness of this campaign do not define us. We can choose to remain hopeful and to continue our shared work to change the world for the better. None of us know exactly what the future will hold, but one thing is clear—we all have a vital role to play in shaping it. The need to improve the state of education in this country has never been more important, and we must remain committed to that work.
Irvin Scott, Senior Lecturer on Education:
Across the country, students, teachers, principals, and staff members are helping each other make sense of the mix of raw emotions happening in communities, schools, and classrooms in the wake of the 2016 election. What makes this election especially difficult is that there are many feeling pain and loss, and others feeling jubilation and euphoria. To move forward, there must be a safe, and respectful, space for both — and therein lies a challenge.
I’ve been here before. I remember being a principal during the first anniversary of the 9/11 terror attacks. As a leader, I had to maintain the focus on teaching and learning, while creating an environment for those grieving. Locally here in Boston, educators are taking steps to strike this balance too. Boston Public Schools Superintendent Tommy Chang sent a letter to parents stating that the schools were committed to helping students and the community take advantage of this teachable moment.
As our nation and society faces these types of events and challenges, it is important to mark them as educators. I think the worst thing educators can do is act like nothing happened. Schools are a place where students live to learn, but also learn to live. And ignoring the environmental conditions that impact our lives is not learning to live. Nor is it helping us move forward or break out of our respective “bubbles.»
We have been hearing that many people voted the way they did out of feelings of fear and frustration, and it is apparent that at the heart of the issue is the fact that we don’t understand each other well. I saw my home state, Pennsylvania, go from Blue to Red this election – and I am not sure I have a firm grasp on why. We need more conversations across colors – and not just those signifying political parties. Many view the election of Trump as a slap in the face, the latest in a long line of refusals to acknowledge historical inequalities, as well as systemic racial and economic injustices. We need to actively discuss those sentiments, and get those feelings out in the open if we have any hope of truly finding solutions.
We cannot just surround ourselves with those who are like-minded, or like-opinionated. What if, for example, there was a space where people felt comfortable sharing together why they voted for Donald Trump, or vice versa? That safe space is not likely to be on social media, but perhaps our schools and communities could facilitate those bridges. It could go a long way in helping us understand one another. We have to start somewhere, and that place is in connecting with each other.
There are those who are benefiting from perpetuating divisions in our nation with their rhetoric. We can sit around and complain about it, or we can do something. Let us choose the latter. For until we fix this, we’ll never live out our full potential as individuals or a “United” States of America.
Thomas Kane, Walter H. Gale Professor of Economics and Education:
As the mushroom cloud of uncertainty settles on Washington, D.C., educators should understand that the game moved out of Washington a year ago. The federal government handed the reins of K–12 education reform back to state and local leaders with the signing of the Every Student Succeeds Act in December 2015.
We will soon see whether governors, state commissioners, school boards and district leaders are ready to step up and accept the challenge. For instance, some will take the failure of the charter cap increase in Massachusetts as a mandate to increase state spending on traditional public schools. However, it remains to be seen which reform measures (if any) Governor Baker and his supporters will attach to any such spending increase.
This spring, Massachusetts has an opportunity to spark local innovation, when it submits a plan for implementing ESSA. For instance, it must choose whether to allocate all the federal dollars by formula, or ask districts to compete for some of those dollars by declaring what reforms those dollars would fund. At this moment in our history, we need state and local leaders to take the lead in education reform. Washington is down.
Fernando Reimers, Ford Foundation Professor of Practice in International Education:
After a very divisive presidential election campaign, educators have much work to do to strengthen the social fabric of America. Our work is critical to the future of this democracy. The divisive narrative used in this campaign by President-Elect Donald Trump included appeals to bigotry and suggestions that the political process was corrupt, that the elections might be rigged, that the media is biased, or that politicians are corrupt. These ideas are likely to have left an impression on the public, perhaps fueling cynicism about politics and about the democratic process, and undermining the trust in institutions and in one another, across lines of difference, that is essential for the functioning of representative democracy. This cynicism is potentially harmful to the future of our democracy.
Educators should work in earnest to help students develop the skills and dispositions essential to building this trust in one another, in our institutions, and in the democratic process and to repair the damage caused by this campaign. They should also help students understand that democratic politics, imperfect as they are, work best when people engage with the process, and not when they disengage. This is a tall order for our schools looking forward, to help build the civic agency of all of our students.
Of particular concern is the bigotry exploited by Trump’s campaign, which undermines the very idea that there is strength in our diversity. We should look to our schools to help all students develop the dispositions to recognize the strength that our diversity represents and to advance opportunities for all. We need to recommit to the civic mission of our schools and universities, so they help students gain the knowledge and the dispositions that make democracy work — in the acts of ordinary citizens, in how we relate to one another, in how we collaborate, and in how we take responsibility to improve the communities of which we are a part. This opportunity, indeed this requirement of citizenship — that we all engage in democratic politics, as equals — is the genius of democracy, a genius that public schools were created to help realize. The recent campaign has caused some harm to these basic ideas, and educators should work in earnest to repair this damage to the democratic fabric of our society.
Paul Reville, Francis Keppel Professor of Practice of Educational Policy and Administration:
Donald Trump’s unexpected victory is anathema to the education establishment in the U.S., especially to the teacher’s unions who worked tirelessly to defeat him. For other, less partisan educators, the prospect of a Trump Administration is a slightly scary enigma. It’s unclear where he’ll take us on education, how much of a priority education is on his agenda, and what kind of leaders he’ll appoint. After all, Trump has no track record on education, and during the campaign, evinced little interest in the subject of schooling. He sometimes even seemed confused about the federal role in education.
Like Hillary Clinton, Trump paid disappointingly scant attention to education issues on the campaign trail, perhaps fearing, as she did, the alienation of potential voters who were feverishly caught up in various “education wars” over “hot button” issues like charter schools, Common Core, teacher evaluation, and testing. Nonetheless, Trump eventually overcame his reluctance and with characteristic bluster came to articulate his education agenda which is ultimately and mostly about school choice as the elixir required to make American public education “great again.”
To be sure, Trump touched on other education issues briefly and confusingly in some cases: “Common Core is a disaster,” the curriculum is “dumbed down,” schools are “crime ridden,” “bring education local,” cut the US Department of Education “way, way, way back,” end “creative spelling,” “estimation,” and “empowerment,” bring down “union walls,” and so forth. But the jewel in the crown and the only detailed plan he presented focused on a $20 billion plan to introduce much greater choice and competition into U.S. education via various incentives to the states.
Policy advocates and practitioners will likely be confused for some time as to the Trump Administration’s intentions for K–12 schooling. Obviously, there are other topics on the domestic and international scenes which will consume his immediate attention. In education, his leadership choices will begin to tell the story. Expect him to select unconventional leaders like Ben Carson, whose education views Trump has publicly lauded, and choice champions who see his presidency as their opportunity to break the education “monopoly” and transform education in America.