La columna “Money for Nothing” de Barry Schwartz del 2 de julio del 2007 en el New York Times muestra la oposición que puede existir entre el sentido común de los economistas y el de los psicólogos y educadores cuando tratan de explicar problemas y hacer propuestas en educación. Schwartz, profesor de psicología del Swarthmore College, autor del libro “The Paradox of Choice: Why More Is Less” pone como ejemplo la decisión del alcalde de Nueva York Michael R. Bloomberg sugerida por el economista Roland Fryer –jefe del departamento de igualdad del departamento de educación- de ofrecer una recompensa de hasta 500 dólares al año a los alumnos de 7mo grado que obtengan un alto rendimiento escolar. El economista asume que las personas actúan motivados por incentivos, de modo que si se quiere que una persona haga algo, hay que hacer que valga la pena el esfuerzo. Así mismo, asume que mientras más motivaciones haya, tanto mejor. Darle a una persona dos razones poderosas para hacer algo los anima más para hacerlo mejor que si solo tienen una razón. Lamentablemente, estas presunciones sobre la conducta humana son falsas, a pesar de que intuitivamente parecen tener mucho sentido común. Los psicólogos saben desde hace más de 30 años que hay circunstancias en las cuales un incentivo compite con el otro disminuyendo o eliminando su impacto.

El caso típico es aquél de los niños que gustaban de pintar cartulinas con plumones de modo libre hasta que se introdujo un premio a los niños que hacían los mejores trabajos. Descontinuada la actividad, un tiempo después se volvió a introducir el pintado con plumones y resultó que los niños que habían recibido recompensas –y esta vez ya no- no tenían ganas de pintar o pintaban dibujos de peor calidad que aquellos que dibujaban libremente, como jugando, sin que anteriormente hubieran recibido recompensa alguna. ¿Qué pasó? Los niños que sentían la recompensa intrínseca de pintar por diversión lo seguían haciendo por el mismo motivo, pero en aquellos casos en los que se agregó la recompensa externa a su buen trabajo, esta debilitó a la recompensa intrínseca, y luego, en ausencia de una recompensa externa, no había suficiente interés intrínseco por pintar. Lo mismo ocurre con los adultos. Cuando se les paga por hacer cosas que les gusta hacer, empiezan a gustar menos de esas actividades de modo espontáneo, dejando de participar en ellas en ausencia de un incentivo económico. La recompensa externa opaca o anula la motivación interna. Un ejemplo muy ilustrativo ocurrió en Suiza hace una década, a raíz de un referéndum sobre el lugar en que se depositarían los residuos nucleares del país. Los investigadores fueron puerta a puerta en dos cantones suizos y preguntaron a los residentes si aceptarían un depósito de residuos nucleares en su comunidad. Pese a que estos son peligrosos y podrían devaluar el valor de sus propiedades, un 50% de los habitantes consultados dijeron que aceptarían el pedido. Entendían que su responsabilidad ciudadana los comprometía con el pedido.

Pero cuando se entrevistó a la gente diciéndoles que los que acepten los residuos recibirían a cambio el pago de una sustancial suma anual (aproximadamente 6 semanas de un sueldo promedio) ocurrió que la gente dispuesta a aceptar el pedido bajó a solo 25%. Ocurrió que la oferta de dinero debilitó la apelación al sentido ético de la responsabilidad ciudadana y puso en primer plano las consideraciones de interés propio (por el incentivo económico) que llevaron a las preguntas egoístas ¿porqué en nuestra comunidad? ¿porqué a mí? opacando el sentido de la responsabilidad social. La mitad de la gente que no esperaba recompensa perdió motivación en su postura ética, de interés comunitario, cuando se puso el dinero como recompensa. Se puede anticipar que el incentivo económico por asistir a clases y rendir mejor en el futuro debilitará más aún la escasa motivación intrínseca por el estudio de los alumnos de Nueva York, aún si en el cortísimo plazo pudieran mostrarse algunos buenos resultados, salvo quizá que por toda su vida estemos detrás de ellos con un cheque de pago por estudiar. Lo peor del asunto es que esto distrae a las autoridades de investigar y enfrentar las verdaderas razones por las que los niños no tienen motivación para estudiar.

¿Qué ocurre con nuestras escuelas que transforma niños de edad pre escolar con un enorme entusiasmo natural por aprender en alumnos apáticos que en 4to grado preferirían no ir al colegio? Importante aporte para los profesores que desde edades iniciales convierten a los niños en consumidores de stickers, sellos de tinta y otras recompensas inclusive notas, debilitando su interés natural por leer y aprender.