Correo 09 02 2018

La educación para estos tiempos, por ser distintos a los de la generación anterior, lógicamente requiere de enfoques y estrategias distintos a los previos. No cambiar y mantener el status quo solo garantiza que estemos formando estudiantes para el pasado y no para el presente o el futuro ya que requieren adaptarse a contextos y desafíos cambiantes.

Hoy se requiere ser ciudadano global, digital, multicultural, altamente creativo, autónomo, capaz de trabajar en equipo sobre problemas complejos, disponiendo para ello de altas habilidades comunicacionales y digitales. El estudiante en vez de escribir ensayos, debería crear blogs, incorporando los medios y redes sociales a sus estudios de literatura o historia, o examinar cómo las películas, arte y música impactan el mundo de las ciencias naturales y sociales.

Eso requiere de una cultura escolar que estimule la habilidad para diseñar, ejecutar e innovar, la cual no se encuentra en los objetivos y enunciados inspiradores de las escuelas tradicionales.

Dado que el cambio continuo es inevitable, lo que se puede controlar es cómo se lo asume para crear mejores oportunidades de aprendizaje. Es iluso esperar que haciendo lo mismo se obtengan resultados diferentes. Los estudiantes necesitan ver en su propia escuela esa capacidad de cambiar y adaptarse. Sin duda eso supone correr riesgos, como en cualquier innovación, pero no es en una dirección ciega sino hacia aquello que señalan como deseable la pedagogía, psicología y neurociencia.

Los colegios deben resolver si es que quieren estar en la primera o la última fila de la innovación.

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