Correo 24 08 2018

En mi columna “Profesores deciden más que gerentes” (El Tiempo, 7/2/2016) sostuve que el maestro es el mayor tomador de decisiones entre todos los profesionales. Las toma cada minuto y con ello afecta la vida emocional, académica, vocacional y social de los alumnos… al preferir a un alumno frente a otro, al enojarse o ser compasivo, al censurar o alentar, al plantear preguntas ininteligibles o accesibles, al aprobar o desaprobar a los alumnos en los exámenes, al denunciar malos comportamientos para castigarlos o acompañar al trasgresor para recuperarlo, al hacer competir a los alumnos para que unos ganen y otros pierdan o al promover su colaboración, al aliarse con un buleador o intervenir para contener al agresor y ponerse del lado del agredido. Así, cada palabra, consigna, intención, mirada, censura o reconocimiento deja huella en los alumnos a su cargo, para lo cual requiere tener la capacidad de hacer educación personalizada, “a la medida” de c/u.

¿Cómo se adquiere esa habilidad para tomar bien esas decisiones? Obviamente no es producto de acumular un gran saber académico o didáctico en abstracto en las aulas universitarias. Requiere estar en la cancha con los alumnos, bajo el acompañamiento experto de un mentor, como ocurre con los médicos en el internado, los psicólogos bajo supervisión o cualquier practicante de ingeniería, arquitectura, derecho, etc. Requiere la retroalimentación de un mentor o un par experimentado, como en Japón o Finlandia, que acompaña y enseña hasta poderlo dejar solo. Ganaríamos mucho en el Perú con estas estrategias de inserción docente.

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