El lamento de un postulante: soy brillante… pero no logré ingresar a ninguna universidad de las que toman examen de ingreso.

A lo largo de mi vida escolar, mis profesores me han reconocido -así como a mis padres-, como una persona inteligente, sensible, creativa, original, solidaria, cooperativa, con pensamiento crítico y complejo, muy capaz de resolver problemas. Decían que tenía un futuro muy prometedor.

Decidí entonces no entrenarme para ningún examen de ingreso, y presentarme con lo que soy y llevo conmigo de mi vida escolar. Después de todo, eso es lo que realmente sé y sé hacer.

Las universidades decían que ellas captarían a los postulantes más talentosos, con mayor potencial para ser excelentes universitarios, y luego, profesionales.

¿Resultado? No ingresé a ninguna.

¿Es que acaso todos mis profesores que me conocen de toda la vida estaban equivocados respecto a mis capacidades? ¿Tan incompetente soy pese a lo que dicen los que me conocen?

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10 03 2019 Ayer postee una columna «El lamento de un postulante: soy brillante… pero no logré ingresar a ninguna universidad de las que toman examen de ingreso…»

Hubo muchos comentarios, entre ellos algunos que postulan que debe haber un examen de ingreso a la universidad para el cual los postulantes deben prepararse y entrenarse para evidenciar sus méritos.

Al respecto -dada mi postura contraria a ese tipo de evaluación de «detección de los postulantes más promisorios» quisiera replicar con este otro comentario.

El abordaje a los problemas y posibilidades de la vida diaria, personal, familiar, laboral, cívica ¿requieren entrenamiento previo para abordarlos? ¿no es acaso que uno los encara con lo que es, sabe y sabe hacer a cada momento?

¿Cómo entonces reconocer si alguien tiene los saberes requeridos para abordarlos y resolverlos de modo que produzcan un resultado favorable? ¿Con un examen que plantea hechos a recordar y situaciones hipotéticas, enciclopédicas, con respuestas prefabricadas para que el postulante escoja la que los autores decidieron que es la correcta? o, viéndolo actuar en su cotidianidad. Si así fuera, el diseño de la selección de los aptos debería ser muy distinto. Es decir, observarlos precisamente en situaciones nuevas o inesperadas para las cuales no hubo entrenamiento previo. ¿No estamos lamentando casi a diario, la incapacidad de nuestros profesionales y ciudadanos en general de abordar rápida y creativamente los nuevos problemas de nuestro país, para los cuales no existe un manual de operaciones ya escrito por otros que los actuales deben aprender «marcando la respuesta correcta»?

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