Ediciones regionales 14 07 2019

Días atrás leí una nota periodística con consejos para postulantes para no ponerse nerviosos frente al examen de ingreso y rendir mejor (pensados en general, para cualquier examen, incluyendo los escolares).

Los consejos incluían cosas tan poco sensatas como no estudiar el día anterior y usar trucos nemotécnicos para recordar datos y hechos (contraviniendo los hallazgos de la neurociencia sobre la retención de datos enciclopédicos en la memoria de corto plazo, que se pierden al cabo de 24 horas), irse a dormir temprano (como si eso fuera posible para un adolescente más aún si está ansioso), etc.

Lo interesante de esto es la imagen de “examen” que tienen los consejeros. Es decir, un evento para el que hay que entrenarse. Una situación estresante, usualmente escrita consistente en un documento en el cual hay que colocar datos y expresiones que emergen de los acumulados en la memoria, sin ninguna apelación al pensamiento crítico, razonamiento espacial, capacidad de hipotetizar y argumentar, uso de conocimientos previos para resolver situaciones nuevas, capacidad de indagación y diseño, pensamiento creativo e innovador, capacidad de hacer buenas preguntas, etc. todo lo cual se requeriría para ser un buen universitario.

Lo que debiera ser realmente importante para las universidades (y los colegios) es preguntarse por qué ese examen estresa y exige una preparación especial.

¿Acaso prepararse o entrenarse especialmente para un examen reflejará realmente lo que un postulante sabe, como expresión del acumulado de sus conocimientos, habilidades y experiencias, y más aún, como predictor de futuros comportamientos similares en situaciones nuevas? Lo que se aprende para el examen y se olvida después el examen ¿refleja realmente lo que uno sabe?.

Deberían más bien formular una evaluación de ingreso que no dependa de un examen sino de criterios de evaluación que se aproximen más a lo que el alumno realmente es y sabe.

Claro, si lo que importa es un mero trámite que se corrige de modo descontextualizado, que no requiera conocer al postulante y que permita en 2 horas establecer un orden de mérito arbitrario, no hay mucho que hacer.

OJO: El siglo XXI ya llegó y la psicopedagogía ha avanzado bastante como para imaginar nuevas fórmulas de evaluación más respetuosas de las capacidades reales de los postulantes.

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