Las campañas para elecciones congresales se parecen mucho a las que se hacen para elegir alcaldes, gobernadores o presidente: los candidatos hacen promesas basadas en problemas de coyuntura que corresponden resolver al Ejecutivo: tránsito caótico, corrupción estructural, inseguridad ciudadana y laboral, colas para los servicios, deficiente educación y salud, etc.

Sin embargo, nada de eso lo puede resolver un congresista. Lo que sí podría hacer es lograr que se facilite la labor del Ejecutivo para volverse más eficaz, mediante normas modernas y apropiadas al fin que se persigue, escuchando a expertos y estudiando casos comparables de otros países.

Pero eso solo es posible si se cuenta con buenos proyectos y una mayoría de congresistas que lo apoyan. Siendo así, hay que repensar el perfil del congresista capaz de hacer eso.

Tiene que ser alguien que tiene una visión clara sobre el futuro, que es estudioso de los problemas nacionales y especialmente, que tiene una capacidad de dialogar, articular, empatía, respetar las ideas del otro y generar consensos, porque solo así se lograrán armar mayorías que apoyen los proyectos cruciales.

Precisamente la ausencia de suficientes congresistas de este perfil, reputados y respetados, es la que causó la quiebra del congreso anterior, incapaz de articular consensos no solo al interior del Congreso sino también con el Ejecutivo.

Cuando observamos los spots en las redes, los debates radiales y televisivos entre los candidatos, pocos son los que construyen consensos con sus contrincantes. La mayoría, para mostrar superioridad frente al otro, agrede o descalifica. Si llegan al Congreso, harán lo mismo allá.

Pensemos mejor qué tipo de congresista necesitamos para estos tiempos.

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