La cultura educativa de muchas familias peruanas considera que las vacaciones deben ser un período actividad de aprendizaje, que en algunos casos supone hacer una extensión de la vida escolar (para alumnos que han tenido dificultades en el año en algunas áreas) y en otros una alternativa a la escuela pero que igualmente tenga un objetivo de aprendizaje controlado por los padres (academias, clases particulares, talleres para aprender más cosas, etc.)

A esto se suma el sistema de reprobados del Minedu que establece que en las vacaciones los alumnos deben hacer una “complementación pedagógica” para rendir exámenes en febrero con lo que cargan también las vacaciones con un concepto de extensión escolar. Es decir, lo que no pudieron aprender 9 meses en el colegio con sus profesores naturales deben aprenderlo en un mes por su cuenta o a cargo de algún otro soporte que se le pueda brindar.

Resulta entonces la paradoja siguiente: el alumno que tiene dificultades de aprendizaje durante el año escolar, que está afectado en su autoestima y seguridad personal por el estrés que supone aceptar esa dificultad, que muchas veces tiene que ir a clases de nivelación o particulares durante todo el año, -que por lo demás suelen resultar insuficientes para quien a fin de año sale desaprobado-, tiene que perderse la oportunidad de descompresión y diversificación de actividades propias de las vacaciones, para reiterar una vez más sus dificultades y rezar por sacarse una A para no perder el año, extendiendo el estrés escolar hasta entonces.

En nombre de la inclusión, el respeto a las diferencias, se carga cada vez más a los alumnos que tienen dificultades y en cambio los otros (incluyendo los conocidos “vagos escolares”) pueden ir a vacilarse y disfrutar plenamente de sus vacaciones. Simplemente porque la genética o las experiencias escolares previas favorecen a unos y perjudican a otros. Y ese cuento de que le fue mal porque no le dio la gana de estudiar ni remotamente aplica a miles de estudiantes esforzados pero que no logran el estándar ciego que les impone el currículo nacional o el capricho de exigencia de su colegio.

¿Alguien realmente cree que la mayoría de alumnos que desaprueban las áreas y van a vacaciones y “subsanan” su desaprobado habrán resuelto sus dificultades para el año siguiente? ¿O es que mayoritariamente estarán siempre “raspando” el aprobado o desaprobando dependiendo de la generosidad del profesor de turno?

Al igual que para los adultos, para que las vacaciones sean desestresantes y reparadoras los alumnos tienen que cambiar de rutina y de actividad, tienen que darse la oportunidad de hacer lo que les place más, cultivar los hobbies o actividades que más les apasionan, relajarse del estrés escolar, distenderse, sentir que pueden canalizar sus intereses hacia opciones que no tienen por qué estar encuadradas en los aprendizajes escolares. Lo que sí pueden producir esas actividades como impacto favorable para su vida escolar, es el hecho de darles más oportunidades de socializar, ganar confianza en sí mismos, cultivar sus fortalezas, mejorar su autoestima, descubrir sus pasiones, a través de actividades no curriculares vacacionales. Todo eso contribuye a reducir las conductas de riesgo que suelen estar presentes en cada vez más alumnos que están hartos de que todo les salga mal y que su vida escolar sea una sucursal del infierno.

Algunos dirán “Ud. lo que quiere es criar una generación de vagos relajados”. Si es así, no me habré hecho entender en absoluto. Lo que quiero sostener son otras cosas. 1) Que los profesores entiendan que si un alumno no aprende, parte de la responsabilidad es suya y tienen que agotar diversas estrategias para lograrlo durante el año escolar. El alumno asiste obligado al colegio porque le han prometido que allí hay profesionales de la educación que saben cómo hacer para que aprenda. 2) Si un alumno no aprende, por falta de motivación, interferencias emocionales, poca disposición, problemas de aprendizaje, tensiones intrafamiliares, etc. el maestro debe tener claro cuál es el problema y no limitarse a desaprobarlo porque el alumno no llega al estándar común para la clase. Muchas veces se requiere diversificación o adaptación curricular así como modificar las fórmulas de evaluación para que el alumno evidencie su saber. 3) Si un alumno siendo muy capaz de hacerlo en la manera convencional no aprende porque “no le da la gana” (para lo que eso pudiera significar) lo pagará en algún momento que decida hacer cosas que “sí le dan la gana” y tenga que redoblar esfuerzos para subsanar sus carencias. Pero el colegio no debe ser un espacio que estigmatiza y condena a todos los alumnos por igual bajo la presunción de que “no se esfuerzan lo suficiente”. 4) Debemos respetar la necesidad de vacaciones que tienen los alumnos, especialmente aquellos que todo el año reciben el mensaje de que son incompetentes y lo único que merecen es más trabajo, más carga escolar, menos tiempo libre, menos derecho a crecer en aquello en lo que disfrutan. Las pausas que reducen el estrés suelen ser beneficiosas para la salud mental. 5) En cuanto a los colegios que se ven obligados a alinearse con el sistema de aplazados que exige el Minedu, deben procurar crear las condiciones en esas clases vacacionales para que los alumnos se sientan a gusto y perciban que está a su alcance subsanar las dificultades, porque trabajarán y serán evaluados de una manera distinta a la que produjo el desaprobado. Pedir a un alumno que tiene dificultades que se juegue la vida (aprobación del año escolar) en un examen en febrero que incluye todo el syllabus anual del área, es una manera muy poco empática, acogedora y amable de facilitar su recuperación.

Sería interesante que el Minedu y cada colegio hagan un chequeo como este: cuántos alumnos que salen desaprobados en Matemáticas y deben “recuperarse” en vacaciones, en los años siguientes evidencian que efectivamente se han recuperado y están a la par de los más aptos; y más aún, cuántos de los repitentes por tener desaprobado en Matemáticas en los años siguientes les va mejor que en aquel en el que fueron desaprobados. Descubrirán que la fórmula del desaprobado usualmente no resuelve gran cosa, especialmente en los alumnos que tiene problemas de aprendizaje.

Nuevamente, cargamos a los alumnos con “usos y costumbres del siglo XIX” (donde el aprendizaje venía impuesto autoritariamente desde fuerza como obligación y requisito ineludible para aprobar los exámenes que abrían las puertas a la educación pos escolar) pero queremos formarlos para los retos del siglo XXI (donde esperamos que los alumnos aprendan a aprender, sean autónomos, creativos, tengan voz y opinión, cultiven su autoestima positiva, cuiden su salud mental, encuentren sus talentos y disfruten de su escolaridad, porque sobre esa plataforma cognitiva, social y emocional se construirá su éxito en la vida).

Esa contradicción no da para más… ¿Cuánto más se dañará la autoestima de los niños desde pequeños con estas prácticas ineficaces y obsoletas?

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