Hace poco Roque Benavides decía en RPP que el Perú había italianizado su política porque el ruido político, las denuncias de corrupción y los cambios incesantes de gobiernos (gabinetes) no afectaban su asombrosa estabilidad económica. Resulta curioso ver en América Latina que la economía, política, prensa y el sentir popular caminan por un lado y la gran corrupción por otro lado, sin frenarla ni sancionarla. Veamos.

1) Para los empresarios que se prestan a la corrupción, ésta constituye un costo adicional o una merma en las utilidades pero que le salen a cuenta al inversionista que quiere ganar una licitación o ser favorecido por alguna compra estatal o norma legal.
2) Para los funcionarios públicos que se prestan a la corrupción, ésta constituye el aprovechamiento de la cuota de poder que tienen en un momento dado de su vida profesional, concebida como una retribución a su militancia que permitió a su partido llegar al botín-poder, o también una comisión que se le paga por su silencio frente a la complicidad de los beneficiarios mayores de estas coimas. Además, los sistemas de colocación de fortunas malhabidas se han sofisticado tanto que pueden resguardarse sin dejar huella alguna aún si no se transan en efectivo ni mediante testaferros o cuentas cifradas.
3) Para los políticos y congresistas que se prestan a la corrupción, los mecanismos de influencia y control que tienen sobre el poder judicial y las acusaciones que emergen del propio Congreso son fácilmente neutralizadas gracias al “toma y daca” de la protección mutua. Además, las leyes que se dan con nombre propio o para beneficiar intereses de un grupo de ellos siempre pueden canjearse con otras similares que interesan a otros grupos. Así, el candado está puesto y eso les permite ignorar el ruido de la calle o la prensa.
4) Para la prensa que se presta a la corrupción, sus propias agendas vinculadas a los intereses de los grupos económicos o políticos que defienden se basan en un simple canje de noticias, ataques o investigaciones por publicidad, o en el cultivo de sus intereses específicos, por lo que rara vez logran un terremoto político.
5) A veces, si un miembro de la respectiva mafia es detectado en una flagrante ilegalidad, se le envía a prisiones doradas por una temporada como si fuera un accidente de trabajo, pero su silencio y carcelería son como impuestos que tendrá que pagar a cambio de un juicio benévolo y poder quedarse luego con las utilidades generadas por la corrupción o el pago adicional que sus asociados le hayan hecho para mantener su silencio.
6) En un sistema así, en el que muchos tienen alguna mancha, los gobernantes en el poder acumulan evidencias comprometedoras o vídeos de sus posibles acusadores para neutralizar cualquier acción futura en su contra. Así quedan protegidos frente a cualquier denuncia futura por delitos cometidos.
7) El resultado de estos costos de la corrupción es la acumulación de ineficiencias, que es la razón por la cual estos países solamente crecen 3 ó 4% en vez de hacerlo al 7 ó 8%.
8) Por su parte “la calle” está en la calle. Los manifestantes que toman carreteras o hacen bulla, eventualmente logran algún aumento salarial o arreglo de algún problema específico, sin que nada de eso perturbe realmente el desarrollo del país ni los negocios de los corruptos.

Así las cosas, si la economía se mantiene estable, las mafias se neutralizan mutuamente y la policía actúa con prontitud frente a cualquier conato de desborde callejero, ningún escándalo se tumbará a ningún presidente, salvo que medie un fuerte pleito entre aliados en el gobierno que se delatan, como ha ocurrido solo ocasionalmente en nuestra región.
¿Qué reacción pueden ejercer los ciudadanos honestos, los empresarios y periodistas incorruptibles, los funcionarios públicos, políticos y jueces honestos, frente a este sistema casi perfecto de corrupción, para intentar romperlo? Los comunicadores, investigarlos y denunciarlos. Los procuradores, acusarlos sin tregua, sin renunciar frente a los jaques y trampas del gobierno que los contrata. Los que tienen aptitudes para ser líderes políticos, ofrecerse para renovar la vida política. Los electores, preguntarse antes de votar ¿qué evidencias tengo de la limpieza ética y carácter incorruptible del candidato al cuál entregaré mi voto? Solo una fuerte alianza entre ciudadanos, funcionarios, personalidades y líderes con solvencia moral y electores interesados en la limpieza ética podrán producir algún cambio duradero. Ese es el reto del nuevo liderazgo político y social. De lo contrario, nuestros países seguirán conviviendo por más décadas con la corrupción y los electores serán responsables por ella.