Mi columna “Etica de los economistas” del 14/5/2004 suscitó reparos por parte de algunos lectores economistas que se sintieron negativamente incluidos en mis críticas con respecto a la falta de responsabilidad ética y social de muchos de estos profesionales. Recordemos que el artículo decía: “¿Por qué a tantos economistas y administradores que se dedican a las políticas públicas les importa tan poco la miseria, el desempleo con la consecuente destrucción familiar, la exclusión y las enfermedades que sufre la empobrecida población, como consecuencia de medidas económicas o gerenciales tomadas sin considerar el impacto social? Sencillamente porque han sido formados para que no les importe”. Luego yo continuaba con una severa crítica a la formación universitaria de los economistas y administradores.

Como se ve no me he referido indistintamente a todos los economistas y administradores, y para quienes han replicado diciendo que estoy proponiendo una economía estatista, interventora e inflacionaria les recomiendo leer mis múltiples propuestas en contrario. Lo que traté de decir es que una de las deficiencias de nuestra educación, y que se transmite a nuestros futuros profesionales, especialmente economistas y administradores, es el fanatismo de creer que todo problema tiene una sola solución, que ésta ha sido inventada por el FMI, el Banco Mundial o alguna universidad norteamericana de prestigio, y que no hay maneras alternativas de pensar la economía peruana “a la peruana” que responda a la vez a las necesidades de la estabilidad macroeconómica, el empleo abundante adecuado y el bienestar de las grandes mayorías. Si con postgrados y premios a cuestas no son capaces de imaginar esas fórmulas, que se retiren de la función pública.

Se trata de usar sus talentos para diseñar los lineamientos del equilibrio macroeconómico y el crecimiento de la economía, pero sin abandonar a la población a su suerte a la espera de que el mercado, la competencia o la lógica de la austeridad y eficiencia resuelvan automáticamente los problemas que afectan su subsistencia cotidiana. Por ejemplo: bajo la presión de “generar recursos propios” hay municipios que cobran por la inscripción de los nacimientos de los niños, incluyendo multas cuando hay demoras. Resultado: los más pobres no inscriben a sus hijos. Otro ejemplo: con la intención de generar eficiencias unificando programas de reparto de alimentos a los niños desnutridos, se ha terminado reduciendo el número de niños atendidos. Resultado: aumentan los desnutridos. Otro ejemplo: presionados por generar recursos propios los hospitales públicos cobran a los pacientes las operaciones y medicamentos. Resultado: los más pobres no se atienden, aumentan las enfermedades y la mortalidad. Otro ejemplo: las normas de austeridad impiden abrir plazas docentes en colegios con crecimiento poblacional. Resultado: se desalienta el acceso de nuevos alumnos a los colegios (más aún, está prohibido trasladar plazas de una localidad donde hay excedentes a otra donde hay carencias).

La infinidad de situaciones absurdas como éstas, en las que se juega la vida, salud y educación de la población más pobre, son las que reclamo que sean resueltas por los economistas y administradores que laboran en el Congreso y la administración pública.

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