Testimonio personal de León Trahtemberg en la página web del Colegio Áleph
El techo al que llegué en el León Pinelo se convierte en el piso del que arranco en el Colegio Áleph

Desde hace un buen tiempo me da vueltas en la cabeza el dato que entre las empresas más importantes e innovadoras del planeta la gran mayoría son jóvenes, y que cada vez son menos las empresas con 30, 50 o 100 años de antigüedad que logran permanecer en el mercado. Las que lo logran, lo hacen en base a enormes esfuerzos de reinvención continua como Coca Cola, y luego de no pocas crisis que amenazaron su extinción (como ocurrió con las que desaparecieron). Hay marcas como IBM que dominaban el mercado y subsisten porque cambiaron de giro. Otras como Nokia o Ford han ido quedando relegadas por la aparición de nuevas marcas como Samsung o Toyota. En el Perú pocos recuerdan que los bancos Wiese, Lima o Latino eran muy fuertes hasta hace unas décadas y hoy ya no existen.

Llevado al mundo de la educación, grandes políticos y empresarios del siglo pasado estudiaron en los colegios Guadalupe o Alfonso Ugarte que hoy ni conocen sus hijos o nietos. Las jóvenes universidades privadas como UPC, Científica del Sur o USIL han estado captando cada vez más alumnos que antes solían preferir las del consorcio PUCP-Lima-UPCH-Pacífico, en un movimiento generacional en el que han quedado desplazado casi del todo las universidades públicas. A nivel internacional, se han ido rezagando países que solían ser los líderes de la educación mundial como Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos y actualmente se habla más de Finlandia, Suecia, Holanda, Canadá, Australia, Nueva Zelanda o de países orientales como Japón, Singapur o Corea del Sur, entre varios otros.

Es evidente que quien acumula años de trabajo meritorio, reconocimientos, prestigio, puede gozar por un tiempo de la inercia que produce ese halo de excelencia acumulada, pero si no se reinventa continuamente está condenado a la paulatina extinción, vencido por la negación de su estancamiento, la arrogancia frente a los consumidores y la complacencia autodestructiva respecto a su posición dominante. Paradójicamente, su éxito y posición preferente en el mercado terminan siendo las causas de su crisis y eventual fracaso.

Si bien en educación las familias se toman un tiempo para darse cuenta y apostar por un cambio, no por eso el proceso deja de ser igualmente inexorable.

En lo personal me han resultado muy aleccionadoras las cerca de 500 entrevistas con parejas de padres de los NSE A/B interesados en la propuesta del Colegio Áleph. Me ha sorprendido sobremanera el reiterado argumento con el que describen el colegio que desean para sus hijos. “No queremos un colegio tradicional”. Al detallar, se refieren a colegios rígidos, autoritarios, con disciplina asfixiante, centrados en cumplir rígidamente con programas y estándares pre-establecidos, con una agotadora sobrecarga de tareas y exámenes, y desinterés por apoyar a alumnos con dificultades. Lamentan la poca preocupación por cultivar la autoestima y seguridad interna de los niños, su motivación, afectos, habilidades sociales, creatividad, razonamiento propio. Aspiran a algo que denominan genéricamente “quiero que mi hijo sea feliz”. Si tuviera que hablar en términos de mercado para describir “lo que quiere el consumidor” esa sería una buena descripción. Muchos de ellos, ex alumnos de colegios conocidos, sostienen que “su época ya pasó” y que quieren para sus hijos otra cosa.

Cuando en mis artículos y conferencias propongo nuevos planteamientos que según mi experiencia, lecturas y visitas internacionales me parecen los más relevantes para nuestros tiempos, no faltan quienes me preguntan si esas propuestas las he implementado antes. Es más, algunos ex alumnos del colegio “León Pinelo” que dirigí por 25 años y que me siguen por Facebook me preguntan ¿por qué no aplicaste estas cosas durante nuestra escolaridad?

Suelo decirles que no pueden pretender que mis planteamientos de hace 25 ó 15 ó 5 años atrás sean los mismos que hoy, porque eso implicaría que no he aprendido nada con el paso del tiempo. Además, cada época tiene su contexto, su equipo docente, sus referentes mundiales, sus retos y posibilidades locales; no se puede juzgar hoy lo que se hizo o no antes a la luz del saber científico, tecnológico, pedagógico y psicológico que se tiene hoy.

En suma, no puedo corregir el pasado, pero sí el futuro. Por eso escribí el libro autocrítico “Los Errores de los cuales Aprendí” (Ediciones SM-2010), no solo como un ejercicio de registro y reflexión, sino para explicitar el propósito de enmienda en aquellas cosas que no anduvieron bien. Por eso es que sostengo que mi techo en el LP es mi piso en el Áleph. Es decir, todo aquello que me llevo de experiencia y propuestas aún no realizadas en el LP, es mi punto de partida para el Áleph.

Lo que no ha cambiado desde los principios de mi quehacer educativo es la convicción que el buen clima institucional es clave para el éxito institucional, y eso conlleva a la preocupación genuina por el bienestar de los profesores y alumnos que forman parte de la comunidad educativa, y la inclusión y atención individualizada de los alumnos tanto en sus dimensiones académicas e intelectuales como las personales y sociales.

A esa herencia no estoy dispuesto a renunciar.

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Fotografía del 1er equipo docente del Colegio Áleph en el facebook de León Trahtemberg.

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