Si el director de un colegio no es confiable ética y profesionalmente, ¿cómo puede ser director? ¿Cómo puede tener a su cargo a 500 ó 1000 alumnos y decenas de profesores? En ese caso, debería cerrarse el colegio en defensa de los niños. Sin embargo, hay cientos de casos así, pero el colegio sigue funcionando por inercia, casi sin que haga mucha diferencia entre tener un buen o mal director, porque al final de cuentas no tiene mayores prerrogativas propias de un director (quizá intencionalmente, porque el estado no confía en él).

¿Es sensato suponer que las escuelas peruanas podrán mejorar sustantivamente, solo en base a profesores dedicados y bien intencionados, sin tener directores con liderazgo y poder de decisión que las dirijan? ¿Puede una institución u organización funcionar sin tener quién tome decisiones cruciales sobre su vida cotidiana? Parece imposible.

Por lo tanto, ya basta de pensar que mejorando de alguna manera mágica a los profesores mejorará la educación peruana, sin considerar que ellos funcionan en organizaciones que deben tener un liderazgo con autonomía, capacidad de decidir sobre los problemas que tienen que resolver, de adaptar las normas y currículos a la realidad específica, manejar un presupuesto, evaluar al personal, etc.

Los directores de hoy no han sido formados ni elegidos para el cargo para ese tipo de prerrogativas y responsabilidades. Por eso es que la Ley de Reforma Magisterial (al igual que la anterior CPM) no considera el rol decisivo del director en la supervisión docente, la evaluación del ingreso de profesores que postulan a una plaza y de su desempeño una vez dentro de la escuela. Por otro lado, el común de los profesores se horroriza de pensar que a todos los directores de hoy se les de tales poderes, porque no confían que harán buen uso de ellos.

De modo que el año 2013 debería ser el año de los directores. Seleccionar a los que tienen el potencial, (entre los existentes y los nuevos candidatos) formarlos rigurosamente, evaluar sus personalidades, condiciones éticas, capacidad pedagógica y de liderazgo. Luego, certificarlos y empoderarlos para que hagan bien su trabajo.

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