La mayoría de los peruanos que siguió de cerca los partidos de fútbol de la Sub-17 se mostraba ilusionada con sus posibilidades de llegar hasta las finales. No era mi caso, tal como lo dije en RPP al cabo del segundo partido. No se trataba de dejar de reconocer el entusiasmo y esfuerzo del entrenador y los jugadores, que hicieron lo posible por ganar. Se trataba de no dejarse vencer una vez más por la ilusión del triunfo, que era objetivamente distante y un premio francamente inmerecido para un sistema de formación futbolística desorganizado, ineficaz y claramente incompetente. Llegar a las finales y eventualmente ganar hubiera significado legitimar la improvisación como método y la “buena suerte” como ingrediente principal del éxito. Este ánimo triunfalista desproporcionado con la realidad ilustra nuevamente la dificultad que tienen muchos peruanos para apreciar objetivamente nuestra realidad. Prefieren la lectura emocional. Perú le gana por un gol en el minuto final a Costa Rica y con el último penal a Tayikistán al final del sobretiempo, pero aún así sienten que estamos listos para ganarle a Brasil o Ghana y pasar a la ronda final. Son estas mismas ilusiones sin fundamento las que hicieron creer a muchos que Lourdes Flores podría ser la presidenta del Perú, que los Humala serían un fenómeno pasajero y marginal, y que Alan García transformaría su personalidad para su segundo gobierno. Es la misma ilusión que tienen los limeños de pensar que la mejora en el empleo y los ingresos de los costeños, gracias a la venta de materias primas y la succión económica de China, se estaría dando también en todo el país. Por ello explican las explosiones sociales del interior como producto de la agitación de algunos radicales comunistas o senderistas que quieren recuperar su espacio y protagonismo. Una de las explicaciones de lo mal que nos va en nuestra educación es precisamente el hecho de tener la ilusión de que sirve para algo, cuando las múltiples evidencias objetivas a nuestra disposición señalan que estamos muy mal. Esta ilusión es la que les permite a los gobernantes salir del paso sin mayor compromiso reformista, creando la ilusión de que con un poquito más de dinero y una que otra capacitación o evaluación saldremos adelante. Mientras se siga creyendo que podemos triunfar en el fútbol sin merecerlo, se seguirá pensando que nuestra educación anda bien aunque esté al borde del abismo.

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Contra el fútbol, de todo corazón.En los mundiales la despersonalización llega a su clímax. Entonces todo el mundo, los mendigos sacoleros de las grandes aldeas latinoamericanas y los monjes del desapego de las alturas del Tíbet y el presidente de Francia y el colegio de cardenales, hacen entrega de sus responsabilidades ciudadanas, humanas, y civiles, y se olvidan de todo, mientras la casa se nos cae en pedazos. Y el grito de gooool estremece los cimientos de los edificios hasta el lúgubre Saturno. Y nadie te pregunta como antes, cómo estás, sino cómo van, como si no existieras. El fútbol pertenece a la categoría de las drogas de evasión, como las religiones burocráticas, el opio y la cocaína.Y cuenta (como las religiones burocráticas, el opio, la cocaína) y la pornografía y la guerra, entre las más poderosas multinacionales en la crónica de la criminalidad moderna. Aunque parezca exagerado, así parece: ni más ni menos.

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