Entre quienes conversan con Alan García hay algunos que sostienen que sabe escuchar, aprende rápido y reacciona. Parece estarlo haciendo con la pena de muerte. Daría la impresión de que ha sopesado que los criterios del presidente del Tribunal Constitucional, César Landa, los ministros María Zavala y Allan Wagner, los constitucionalistas Javier Valle-Riestra, César Valega, Jorge Avendaño, Francisco Eguiguren, Aníbal Quiroga, Enrique Bernales… pesan más que los de él y Aurelio Pastor, encargado de defender lo indefendible. El presidente García, al igual que Belaunde, Fujimori y Toledo, ya ha vivido en carne propia cómo el poder seduce a los gobernantes y los hace caer en fantasías de omnipotencia e infalibilidad que no siempre les permite ver con claridad las cosas que dañan a sus gobiernos. Los ayayeros tampoco ayudan mucho, porque presentan los errores como si fueran méritos de un visionario. Eso estaba ocurriendo con la pena de muerte. Ya se dio cuenta de que su aritmética le iba a fallar. Decía que promovía la pena de muerte para sintonizar con el 80% del pueblo que está a favor… a contrapelo de los especialistas, juristas, líderes de opinión, intelectuales, analistas, etc. Pero parece haberse dado cuenta de que el poderoso 20% opositor se estaba preguntando “¿Qué le pasa a Alan?”. Una respuesta cada vez más frecuente, “es el mismo Alan del período 1985-1990”, es la más perdedora, porque afecta la base más profunda de su confiabilidad. En un mundo crecientemente abolicionista, Alan García sabe que debe tomar distancias de su vocación por la pena de muerte y hacer caso a los curtidos especialistas que tienen perspectivas del pasado, presente y futuro menos comprometidas emocionalmente. Además, en términos prácticos, el primer terrorista o violador detenido hoy sería ejecutable después de un largo juicio recién por el próximo gobierno, el cual conmutaría la pena de muerte, sin contar el escándalo previo que desataría la CIDH. ¿Tiene sentido tanto desgaste y polarización social en aras de matar a quienes no se podrá matar? Alan García quiere reivindicarse políticamente ante los ojos del pueblo y lo puede hacer generando estabilidad, inclusión y empleo. Alan García quiere proyectar una buena imagen ante los reacios inversionistas nacionales y extranjeros, que son los que pueden dinamizar nuestra economía y mercado laboral. Lo puede hacer evitando iniciativas que las instituciones y pactos internacionales censuren. Da la impresión de que ya encargó al Congreso que mate la pena de muerte.