La educación en el Perú es sólo para los fuertes, para quienes tienen sólidas convicciones, ideales e inspiraciones; para quienes son capaces de luchar por sus derechos fuera del aula, sin convertir a los alumnos en los depositarios de su agresión, malestar y sinsabores. Mi propuesta a los maestros es que continúen en la educación si se sienten capaces de ser innovadores, creadores, de hacer cosas diferentes y romper con el pasado. Trabajen en educación si quieren realizar su vocación navegando contra la corriente, muchas veces solitarios y hasta recibiendo señales de desaliento desde diversos flancos. Trabajen en educación si creen en el Perú, si creen que algún día los peruanos apostarán por la educación, si confían en que es posible poner en la agenda de los políticos y candidatos la apuesta por la educación. Se necesita mucho coraje para elegir ser educador e ir contra lo establecido, porque sin eso nada cambiará. Si la corriente educacional peruana es obsoleta, el educador debe ir contra la corriente, para lo cual requiere tener mucha convicción y mucho respeto por la vida democrática y los cambios pacíficos basados en el poder de la palabra y el ejemplo. Aquellos que quieran limitarse a cumplir una profesión de manera rutinaria, siguiendo solamente las pautas que le han dado sus mentores, están perdiendo el tiempo. Trabajar en la educación es trabajar en un mundo en el que tenemos que cambiarlo todo. El que no esté dispuesto a eso, mejor que se retire. Para ir en esa dirección, los ISP y las facultades de educación deberían ser convertidas en talleres de creatividad y en laboratorios de innovación. Sólo siendo altamente creativos y originales tendremos una oportunidad para revertir nuestro por ahora nebuloso destino. A los verdaderos maestros no les podemos contar cuentos. Ya asumieron el reto de ir contra la corriente para educar y merecen nuestro reconocimiento. En ocasión del Día del Maestro, a pesar de las justificadas ambivalencias y malestares que les genera a los maestros las difíciles condiciones de vida y trabajo, quiero saludarlos con el mayor aprecio, animarlos para insistir empeñosamente en esta noble tarea docente, nutriéndose de la convicción y esperanza que emerge de aquel rincón del alma que goza íntimamente cuando observando la inocente o pícara cara de un alumno, o los brillosos ojos de un conmovido padre de familia, escucha la conmovedora expresión ¡GRACIAS, MAESTRO! Cuando los niños aprenden de los adultos –cuyo discurso exige honestidad y respeto a la legalidad– que la honestidad se sanciona y que la única manera de lograr los objetivos legítimos es incumplir la ley, sin que pase nada con los transgresores, se transmite el perturbador mensaje: lo correcto es incorrecto y lo incorrecto es correcto. ¿Cómo educamos en valores y civismo a los niños y jóvenes para respetar la legalidad y apreciar la democracia, desde mensajes tan caóticos?