¿Qué tienen en común el panameño Manuel Noriega, el mexicano Carlos Salinas de Gortari, el nicaragüense Arnoldo Alemán, el argentino Carlos Saúl Menem, los ecuatorianos Gustavo Noboa o Abdalá Bucaram, el venezolano Carlos Andrés Pérez, el chileno Augusto Pinochet de Chile, el boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada y el peruano Alberto Fujimori? Todos han sido presidentes todopoderosos y luego cayeron en desgracia.

¿La razón? Quizá porque fueron incapaces de aprender del futuro. Si lo hubieran hecho, se habrían percatado que el poder es temporal y pendular. Así como los médicos predicen el desarrollo futuro de las enfermedades, los economistas lo hacen con los indicadores económicos, los metereólogos con el clima y los investigadores de mercado con el comportamiento de los consumidores, los políticos deberían ejercitarse en la predicción de su propio futuro. Aquellos gobernantes que se dedican a la persecución política y judicial, se rodean de corruptos o permiten los abusos de sus allegados, deben saber a qué se exponen.

Hoy en día ya se observan diversos casos de arbitrariedad judicial, corrupción, nepotismo y persecución política como para estar alertas sobre sus posibles consecuencias. El equipo de gobierno de Alejandro Toledo-Fernando Olivera al igual que los gobernantes regionales y alcaldes deberían actuar preventivamente y evitar que degeneren estos males, para lo cual las autoridades deben vencer dos tentaciones. La primera, la sensación de omnipotencia e infalibilidad, que deviene del encanto del poder, cuyo ejercicio es placentero y estimulante para quienes lo detentan, lo que muchas veces los lleva a rodearse de aduladores y alejarse de las voces críticas más honestas. La segunda, la inconsciencia frente a la pendularidad del poder, que les hace perder de vista que el éxito y el fracaso se alternan, así como los triunfos y derrotas. Quien quiera ser respetado y bien tratado cuando inexorablemente esté abajo, debe actuar con humildad, corrección, respeto a los opositores y generosidad política cuando está arriba.

A mayor soberbia y violencia en el ejercicio del poder, mayor el rencor acumulado y el deseo de venganza en los afectados que buscarán el desquite cuando el péndulo oscile en dirección contraria. Mientras mayor sea la tolerancia, el respeto al rival y la capacidad de diálogo democrático -a pesar de las discrepancias-, menores serán los rencores y las cuentas pendientes para cuando rote el poder, así como mayor será la capacidad de los opositores para reconocer lo valioso del antecesor.

¿Podría pasarle al Presidente Toledo, a Fernando Olivera o a los presidentes regionales lo que les pasó a Alberto Fujimori o Víctor Joy Way? ¿Podría quedar alguno de sus más notables ministros o congresistas en la situación penosa de Carlos Boloña, Carmen Lozada, Marta Chávez y tantos generales, jueces, congresistas y empresarios manchados, fugados o presos en las cárceles o en sus domicilios? Las trasgresiones detectadas a Raúl Diez Canseco y a varios presidentes regionales acusados o enjuiciados deberían dar mucho que pensar.

Sin embargo, eso tampoco debe dar lugar a detenciones injustificadas y arbitrariedades judiciales. De allí que sea hora de revisar el camino recorrido, distinguir entre las denuncias serias y las pobremente fundamentadas, para que los abusos judiciales no opaquen las sanciones legítimas, así como evitar las arbitrariedades en el despido de funcionarios meritorios reemplazados por incompetentes, e impedir el despilfarro del dinero público. Todos los afectados injustamente tendrán cuentas pendientes con las autoridades arbitrarias que en algún momento se las cobrarán.

El mérito histórico del presidente Alejandro Toledo no se evaluará en base al porcentaje de aprobación al final de su mandato, sus innumerables promesas incumplidas o los continuos deslices de su esposa. Su mérito derivará de su capacidad de haber hecho un verdadero gobierno de transición de la dictadura a la democracia, de la centralización a la descentralización, de la corrupción a la limpieza ética, de la demolición de los rivales al respeto de las honras, de la intolerancia autoritaria a la tolerancia cívica, de los abusos judiciales al respeto del estado de derecho.

Tener eso en la conciencia no sólo le ayudará a tener una brújula cívica y moral en la mente, sino lo protegerá del peor enemigo que tenemos todos, que es nuestro propio mundo interno cuando nos sentimos omnipotentes, infalibles y eternos. De paso, eso puedo marcar un importante ejemplo para los políticos de las diversas bancadas y especialmente para la juventud, que desde la tribuna televisiva incorpora día a día los valores, usos y costumbres de sus gobernantes y líderes de opinión.