Limpia el lugar en el que vas a estudiar. Apégate a un horario para hacer tareas. Fíjate metas claras. No te salgas de los límites establecido.. etc. Todas son consignas que emergen del saber popular en vista que no hay investigación educacional que establezca con claridad qué pautas seguir para que todo alumno aprenda mejor. Pero al parecer, ese saber acumulado no necesariamente es válido.
En el artículo “Olvídate lo que sabes sobre buenos hábitos de estudio” de Benedict Carey (New York Times 06/09/2010), se confrontan una serie de creencias y sentidos comunes respecto a los hábitos de estudio, que no tienen ningún sustento científico y hasta son contraproducentes. Veamos:

Mito 1: para concentrarse y estudiar eficientemente es bueno aislarse, estar en un espacio fijo, predeterminado, ordenado, sin distractores cerca, en el que el alumno pueda focalizarse exclusivamente en una tarea por vez.

Mito 2: en aras de organizar rutinas de estudio, la fórmula más eficiente consiste en tener un horario fijo y predeterminado para estudiar, durante el cual el alumno no se distraiga con ninguna otra actividad adicional. Además, debe ordenar los temas uno por uno sin mezclarlos ni alternarlos.

Sin embargo, en años recientes las ciencias cognitivas han encontrado caminos alternativos para el aprendizaje que contradicen estos mitos y sentidos comunes tradicionales sobre los buenos hábitos de estudio. Por ejemplo, sostener que los niños tienen distintos estilos de aprendizaje, unos visuales, otros auditivos, uno orientados al cerebro derecho y otros al izquierdo, según la revista de ciencias psicológicas no tiene sustento científico alguno. Tampoco el sostener que hay que estudiar un solo tema focalizadamente en lugar de varios temas a la vez, ó que quedarse en una sola habitación es mejor que estar cambiando de espacios para estudiar, ya que la verdad es todo lo contrario. Alternar habitaciones puede mejorar la retención. La mente se nutre de la variedad y eso ayuda a interiorizar conceptos y consolidar conocimientos. Un estudio clásico ya en 1978 demuestra que si estudiantes universitarios que estudiaban 40 palabras de un idioma extranjero en dos habitaciones diferentes, una cerrada sin ventanas ni distractores y la otra con vista a un jardín, estos retenían más que aquellos que lo hacían solo en la primera habitación. Estudios subsiguientes corroboraron el hallazgo para otras áreas.

El cerebro hace sutiles asociaciones entre lo que están estudiando y las sensaciones que produce el contexto, lo que enriquece la información, independientemente de que las percepciones sean concientes. Forzar al cerebro a hacer múltiples asociaciones con el mismo material puede crear más resistencias a esa información. Los atletas conocen muy bien el valor de variar actividades de velocidad, fuerza y habilidad dentro de las rutinas de entrenamiento.

En cuanto al aprendizaje, cuando los alumnos ven muchos ejercicios del mismo tipo ellos ya saben qué estrategia usarán aún antes de leer el problema. En cambio cuando cada problema es diferente al anterior, el niño debe escoger el camino a seguir y eso aumenta el aprendizaje y la retención.

En cuanto al tiempo continuado de estudio, resulta que estudiar una hora interdiaria y otra el fin de semana produce más retención que estudiar 4 horas seguidas porque el espacio entre hora y hora fuerza a una recordación que alimenta la retención.

En suma, estudiar en distintos lugares, en distintos horarios y días, alternando los estudios con otras actividades recreativas dentro y fuera de casa, produce mejores aprendizajes y retenciones que la focalización de todo el esfuerzo en un solo lugar, todo el tiempo seguido y sin distracciones. Sin embargo, dado que cada alumno es diferente a los demás, cada uno tendrá que encontrar su estilo propio, aquél que le permita aprender mejor, que en muchos, sin duda, no corresponderá a la receta tradicional.