Les comparto tres experiencias que seguramente todos han vivido: en una oportunidad busqué en Google pasajes Lima-Toronto. A los minutos me empezaron a llegar ofertas a mi Facebook para esos pasajes. En otras oportunidades he buscado tratamientos para várices y para ronquidos. Por semanas me llegaba propaganda de medicamentos, tratamientos, cremas para las várices y todo tipo de artefactos para reducir los ronquidos. Algunos aparecían como banners automáticos en mi PC, otros en cualquier momento que estaba conectado a alguna red social o blog. Amazon me manda a cada rato publicidad no solicitada a mi email con títulos de libros afines a otros que alguna vez busqué o compré. Lo mismo ocurre con sugerencias de comida similares a las que alguna vez consumí vía algún delivery. Al encender Waze me consulta si vamos al lugar al que sabe que posiblemente iré, reconociendo mis rutinas. Y así sucesivamente.

Cada bit de información que colocamos en Google, Facebook, Twitter, Amazon, etc. es registrado y sistematizado por un algoritmo “inteligente” que aprende cómo es cada individuo, evalúa sus características y gustos, con lo que lo tienta para que consuma productos o servicios que probablemente le atraigan o podrían atraerlo a partir de predicciones sobre sus comportamientos futuros. Súmenle a este “Big Data” los datos de los lugares y rutas que frecuenta usando Waze, las tiendas, restaurantes, entretenimientos, medicamentos, cosméticos, vestimenta y diversas compras que hace usando sus tarjetas de crédito, programas de TV cable que ve, los juegos y apuestas online, su récord bancario, su base de datos del seguro médico y de salud, su récord de notas escolares y universitarias, su récord de infracciones de tránsito, antecedentes judiciales y policiales, las oportunidades en los que aparece en los medios, las palabras claves que usa en los buscadores o sus posts en Facebook, Twitter, Instagram o Whatsapp, su respuesta positiva o negativa a ofertas y encuestas telefónicas o digitales… agréguenle los datos equivalentes de sus contactos en las redes sociales… incluyan evaluaciones de inteligencia, personalidad y confiabilidad financiera que se obtienen de la manera que uno se comporta en las redes o escoge sus opciones, y resultará posible que las máquinas inteligentes tengan el perfil milimétrico de los que somos, fuimos y seremos en este mundo.

Esto por supuesto trae consigo preguntas éticas, filosóficas y cívicas, pero también legales vinculadas a regulaciones, confidencialidad, al uso de datos para manipular y discriminar, y sin duda también educativas: ¿qué educación es la que pone a los ciudadanos en mejor posición para tener control de su vida y libertad, en vez de convertirlos tan solo en autómatas o zombis manipulados por algoritmos que dibujan la radiografía de cada persona y hackean su mente para manipularla de modo que haga lo que otros los incitan a hacer, para beneficio de terceros?

Por eso, una educación para la identidad y ciudadanía digital es esencial para estos tiempos, a pesar de que lamentablemente se sigue pensando que eso solo implica dominar ciertos softwares o equipos digitales. Hay que entender que la autonomía e independencia mental requiere tener capacidad de pensar críticamente y confrontar argumentos que se presentan como verdaderos; cuestionar los sentidos comunes y argumentos avasalladores del tipo “todos lo hacen” o “está de moda”; sostener posturas personales y originales aunque sean únicas o minoritarias; ser empáticos y pensar en el bien común más allá de las conveniencias personales; cultivar una visión ética y filosófica y no solo pragmática de la vida; desarrollar redes y acudir a fuentes que piensen distinto a lo que uno piensa, etc. Todos ellos son aprendizajes que ni siquiera requieren de equipos digitales o software utilitario para convertirse en referentes esenciales para nuestras vidas.

Quien piensa en serio en la educación siglo XXI, tiene por allí una ruta a explorar.

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