Según la lógica de la Comisión de Defensa, el Congreso debería ser administrado por un general y tener un oficial en cada comisión para asegurar que haya disciplina, respeto a la Constitución, las leyes y un compromiso con los valores de la patria. Los oficiales harían que los congresistas asistan puntualmente a las sesiones, se vistan adecuadamente y produzcan leyes en función de los altos intereses nacionales. Impedirían la parranda paulista de los legisladores y los desmanes alentados por las parlamentarias cocaleras que se rebelan ante la legalidad. Esta sería la visión análoga para la propuesta de la Comisión de Defensa para reinstalar en el currículo escolar el curso de Instrucción Pre Militar (IPM) para lograr que los alumnos sean disciplinados y amantes de los valores nacionales. Es curioso que en un país con tradición golpista y con decenas de altos oficiales presos por corrupción se plantee genéricamente que los militares son los paradigmas del respeto a la Constitución y las leyes. Asímismo, que a través de la IPM se pretenda mostrar una superioridad de la vida militar frente a la civil. Se desarrolla una asociación entre ser militar y ser disciplinado, amante de la patria y defensor de la soberanía nacional, como si los civiles no pudiéramos hacerlo desde nuestra actividad habitual como médicos, educadores, periodistas o cualquier otra, sin tener que ir a un cuartel o vestir uniforme militar. Entendamos bien. Los jóvenes peruanos son sumamente disciplinados porque imitan disciplinadamente la indisciplina de la sociedad adulta. Es entre los adultos que encuentran a los funcionarios incompetentes y corruptos, cocaleros ilegales, políticos mentirosos, congresistas impuntuales e ineficaces; son adultos los contrabandistas, informales, invasores de tierras, profesores huelguistas que impiden el acceso de alumnos a los colegios, tomadores de carreteras, transportistas que no respetan las normas, policías y jueces que no cumplen su deber; son adultos los que venden alcohol y drogas a los menores y adultas las autoridades nacionales y municipales que lo permiten. Ojala la Comisión de Defensa y todas las otras del Congreso entiendan que para lograr que los niños sean pacíficos y amen a su patria éstos tienen que sentirse atendidos y bien tratados cuando nacen, cuando enferman, cuando asisten a la escuela, cuando necesitan alimentos para saciar su hambre, libros para estudiar y pelotas para recrearse. Esa lección de amor no requiere de instructores militares en los colegios