El Congreso acusa al gobierno de incapacidad de gastar. El Ejecutivo acusa al Congreso de obstruccionista. Pero en realidad lo que hay es un enorme déficit de empatía, que es esa capacidad de escuchar al otro, ponerse en su lugar, sentir sus necesidades, aspiraciones y frustraciones, y adecuar las formas de argumentar y comunicar en esa mutualidad.

En nuestra cultura política vigente, antes de conocerse ya son enemigos, tan solo por su procedencia, habla o filiación política. Antes de conocerse ya pelean, sin dar oportunidad a comprenderse y dialogar. Han heredado de sus antepasados políticos el egoísmo de no ser capaces de pensar en el otro incluyendo las nuevas generaciones que nuevamente heredarán los productos de esta falta de comunicación y conflictividad crónica.

¿Qué nos queda a los ciudadanos, los medios serios, los líderes de opinión? Quizá lo más sabio es no tomar parte en la pelea a la que unos y otros quieren arrastrar a las masas a las que arrinconan para que asuman que no hay más que dos opciones. Evitar caer en el error de “meternos en la caja” de los slogans como “que se vayan todos”, y en cambio mantenernos en la “no caja” de agotar los medios para aprender a vivir en democracia, aquel espacio en el que se transa, acuerda y en el que a la larga, todos ganan.

No creo en la magia política, en aquella que asume que si repartimos de nuevo la misma baraja con las mismas recetas el producto será superior. Se podrá cambiar el orden de las cartas, o el rol de los actores, pero el producto será el mismo, como le ocurre al paciente de cáncer que no mejora porque le van cambiando los medicamentos como si tuviera diabetes. Las mismas reglas y jugadores son las que han producido a Fujimori, Toledo, García, Humala, PPK y Vizcarra, con los respectivos denunciados congresistas, funcionarios públicos, gobernantes regionales y municipales.

No hay que ser adivino para saber que lo mismo ocurrirá en las próximas elecciones porque es el mismo reservorio de políticos del que salen los jugadores que se mueven dentro del mismo imaginario de lo que es la vida pública.

Quizá es más bien hora de reconfigurar el concepto de “fair play” de la vida democrática, cambiar el “no se puede” por el “sí se puede” y jugar el partido para evitar que el choque de trenes que se autodestruyen nos devuelva al primer acto del drama de la tantas veces fracturada convivencia democrática peruana.

Los promotores de la crispación ciudadana pueden ser los mismos promotores del apaciguamiento y confianza de que podemos convivir en mejores términos. Quizá lo que falta son los mediadores providenciales que ayuden a recuperar el camino de la sensatez para los jugadores.

En muchos campos ya nos ha pasado que figuras providenciales ayudaron a poner en valor nuestras capacidades y gestar opciones ausentes previamente. Por ejemplo Luis Bedoya con la Vía Expresa, Alfonso Barrantes con el Vaso de Leche, Valentín Paniagua con la transición post AFF. Más recientemente Ricardo Gareca en el fútbol, Gastón Acurio en la gastronomía, Julio Velarde en el BCR, Carlos Alcántara en el cine, Juan Diego Flores en la música, Abraham Levy en la climatología, Elmer Huerta en la comunicación médica, Carlos Neuhaus en la organización de los Panamericanos… (por dar una pincelada a algunos de los visibles). Una figura de ese calibre en la vida política marcaría una gran diferencia. A veces, entre bandos confrontados identificar a alguien de ese calibre -aunque se mantenga con perfil bajo- para depositar en él la articulación de las mejores opciones, puede ser la clave de un providencial giro político con el que todos podamos ganar.

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