La mayoría de las normas legales que sirven de base a los juicios contra nuestros ex presidentes Fujimori, Toledo, García, Humala y PPK y sus familiares (y por lo visto lo será con Vizcarra) se dieron durante sus propios gobiernos, impulsados por los propios gobernantes y sus congresistas aliados, asumiendo implícitamente que se le aplicarían a sus contrincantes y no a ellos mismos. Entre las más frecuentes, lavado de activos y crimen organizado referido al manejo de dinero en las campañas electorales, prisión preventiva universal (sin que medie celeridad fiscal), aumento de condenas si son funcionarios públicos, etc. La mayoría de las acusaciones nacen delaciones, grabaciones o documentos de los amigos, aliados y colaboradores de ayer que hoy son sus enemigos o son los confesores eficaces que los delatarán o difamarán cuando alguno se sienta maltratado, acorralado o quiera cortarle las alas al ahora contrincante.

Si los líderes actuales hubieran optado por el camino de la relación leal y respetuosa con sus colaboradores, y en lo político hubieran buscado que converger sin pelear con los contrincantes, hubieran podido reformular, precisar y delimitar estos temas que hoy los agobian. Pero como la consigna instalada en el ADN de muchos políticos peruanos es el egoísmo, pisar al otro y pelear con el que no está alineado con el ocasional mandatario… todos terminan perdiendo. La misma pérdida colectiva ocurre por la imposibilidad de reformar el poder judicial, el CNM, elegir los nuevos miembros del TC, la parálisis de la economía, la falta de reformas que destraben al estado, la atención a los más vulnerables, etc.

¿Por qué somos como somos? Ese es un tema que debería estar en el centro del trabajo educativo en todas las instituciones del país, para entendernos y en lo posible enmendar rumbos. Creo que una de las razones principales es nuestra herencia como nación fragmentada y carente de identidad colectiva, producto de nuestra historia de autoritarismos, centralismo, indiferencia a los más vulnerables y falta de construcción democrática que dio pie a una cultura de poca empatía. Ésta contiene como componentes constantes a la discriminación y exclusión; la polarización en distintas esferas como “conmigo o contra mí”, gobierno civil o militar, normas laicas o religiosas, blancos/criollos o mestizos/nativos/afrodescendientes, hispanohablantes o nativohablantes; y al egoísmo de pensar solo en uno y ser indiferente al otro. Un país que ha heredado de su educación y cultura política esa incapacidad de entender que hoy tú estás allí pero mañana estaré yo, porque tú y yo somos lo mismo, somos iguales y por lo tanto, si me preocupo por dañarte me va a revertir, y si me preocupo por beneficiarte nos hará bien a todos. En otras palabras, hacerte el bien a ti es equivalente a hacérmelo a mí y con ello a todos.

No se trata de apoyarse unos a otros para delinquir impunemente. Se trata de tener presente que las acciones leales y de buena conducta de uno pueden contribuir a que lo sean también las del otro, en la medida que a ambos les interese el bien común. Se trata de entender que si se dialoga y se ponen de acuerdo habrá más armonía que si se polarizan y cada uno marca posiciones fanáticas e irreconciliables.

Ocurrirá de nuevo con el choque Vizcarra-Keiko(Congreso), y una vez más, todos seguiremos perdiendo, empezando por los actores principales de la opción entre comunicación o conflicto aunque se den cuenta cuando ya hayan perdido lo suyo.

Queda la esperanza de que alguna luz de sensatez aparezca en el horizonte y que aprendamos las lecciones de la historia. Y si no, a empezar de nuevo.

Algún día llegaremos, aunque el precio de la demora sea el perjuicio a los necesitados de hoy. En la definición de ese destino juegan los actores en el escenario de hoy, y los millones de electores que definirán quiénes serán los actores de mañana. Ojalá que sus votos en las próximas elecciones o referéndum no se deriven otra vez del apego temporal al magnetismo del candidato constructor de ilusiones inviables, y que más bien tomen nota de su ejecutoria en la vida privada o pública reconocida por su eficacia y calidad ética.

En el ínterin, hablar de esto a cualquier escala hasta convertirlo en un sentido común es una tarea al alcance de todos los peruanos de buena fe.

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