El presidente Alan García ha dado muchos discursos, algunos de ellos muy inspirados. Tengo la particular ilusión de escucharle algún día el discurso del estadista que convoca tras suyo al país para una revolución educativa. No me refiero a titular como revolucionarias las valiosas pequeñeces de la gestión ministerial como lograr que los profesores asistan a un examen, dificultarles el acceso del Sutep a los recursos de la Derrama Magisterial, empezar el año el 1ero de marzo, o agregar una hora de clases a la jornada escolar en algunos colegios de secundaria.

Eso no va a transformar nuestra educación agonizante. Me refiero a aquella revolución que nos coloque a la vanguardia educativa de la región en los próximos 10 años. Un discurso que diga algo así como lo siguiente: “Compatriotas, los gobiernos del Perú le han fallado a su pueblo porque lo ha condenado a la pobreza y a no tener cómo salir de ella. Ha condenado a la mayoría de los peruanos a agachar la cerviz y arrastrar las cadenas de la ignorancia e incompetencia, porque no les dieron la principal herramienta de la libertad e independencia: una educación de calidad para todos. Hemos condenado al tercio superior de peruanos a la vanidad de creerse bien educados, porque en lugar de compararlos con los finlandeses, japoneses o irlandeses para descubrir su incompetencia, se les compara con los chilenos, brasileros o colombianos que comparten con nosotros la cola de los rankings mundiales; y hemos condenado a los dos tercios restantes a la pobreza, por no haber cumplido la garantía constitucional de ofrecerles una educación de calidad para todos. Los hemos convertido en inválidos educativos, que tienen cerradas las oportunidades del empleo digno y el progreso económico, al no darles la principal herramienta del progreso que es la buena educación.

El Perú está en una situación de emergencia ocultada por la temporal bonanza económica gestada por la aspiradora asiática de materias primas minerales, agrícolas y pesqueras, que en alguna forma beneficia al 50% superior de la PEA, y le genera algunos ingresos adicionales al fisco que le permite desarrollar programas asistenciales de subsistencia para los más pobres. Pero, no logra reducir significativamente la pobreza porque los pobres no cuentan con la educación que les permitiría diferenciar su mano de obra de la de los robots que los sustituyen, que sea capaz de crear procesos altamente productivos e innovadores que le den un valor agregado a la extracción automatizada de las materias primas.

Al terminar esta bonanza y encogerse los programas asistenciales, habrá convulsiones sociales en el Perú que afectarán el patrimonio y la seguridad personal de los más ricos, porque al haberse perdido la oportunidad de dar un salto cualitativo en su formación, se les habrá condenado al desempleo, la pobreza y la exclusión. Y los excluidos no tienen incentivos para defender el estado de derecho. Por lo tanto, anuncio al Perú que la educación será la estrella que alumbre diariamente nuestras preocupaciones, presupuestos y acciones del gobierno.

Dejemos de lado los objetivos minimalistas de reducir las notorias incompetencias de nuestros alumnos y planteémonos objetivos sumamente ambiciosos, potentes y audaces, con metas visibles y convocantes del compromiso de todos, para convertirnos en los líderes de la región en los próximos 10 años y pelear el liderazgo mundial en los próximos 20 años. El Perú dará las lecciones al mundo que hoy dan Irlanda y Finlandia, de cómo un país pobre construye su riqueza a partir de su pueblo educado, empezando por mostrar cómo es posible lograr que la mayoría de los alumnos lleguen a un nivel satisfactorio de comprensión lectora y operatividad aritmética e informática. Esta decisión exige una inversión sin precedentes en infraestructura, equipos, bibliotecas, computadoras, materiales didácticos, mobiliario, formación docente; exige también convocar a los peruanos más talentos para armar un plan de acción agresivo que recoja del Proyecto Educativo Nacional su visión, objetivos y orientaciones de política, que el Consejo Nacional de Educación no puede poner en marcha por sí solo exige de todos los ministerios estrechar sus presupuestos par duplicar el de educación; exige de los padres de familia aportar con su esfuerzo y aportes para complementar el esfuerzo estatal; exige de los funcionarios estatales extremar su entrega inteligente y eficiente; y sobre todo exige del gobierno la organización y disciplina que no siempre nos ha caracterizado.

En lo personal, implica que el presidente y los ministros se levanten y acuesten cada día preguntándose qué hicieron hoy por la educación y qué harán mañana”. (Espero que la democracia peruana viva lo suficiente para escuchar alguna vez algo así)