Ocasionalmente escribo sobre Israel y el Medio Oriente, que es uno de los temas a los que alguna vez me dediqué con vocación de analista, aunque en los últimos años lo he mirado un poco más a la distancia por cultivar también otros intereses. Lo que siempre me impresionó fue la enorme distancia entre la visión de los medios y analistas internacionales “generalistas” -esos que se nutren de noticias de corresponsales e imágenes de la TV que suelen presentar la situación como una ecuación que tiene solución si es que cierto país “agresor” (Israel) deja de serlo-, y la de los entendidos a fondo y expertos del lugar de los hechos que tienen una visión muy distinta. Entienden que son conflictos muy complejos, que los libretos sobre culpabilidades, suspicacias, estereotipos, reivindicaciones y heridas emocionales del pasado de cada país son muy distintos, y que usualmente obliga a vivir con el conflicto por muchas décadas, durante las cuales “el empate estratégico y militar” es la única opción para que uno de los actores no someta al otro. Hasta que en ocasiones la “real politik” inclina la balanza hacia la paz y ocurren cosas como la paz de Israel con Egipto y Jordania, y el actual acercamiento de Arabia Saudita, Qatar, EAU con Israel. Para que eso ocurra, Estados Unidos y Rusia deben haber asumido esa conveniencia (China por ahora prefiere no meterse y hacerse fuerte mientras las otras potencias se desgastan en estos asuntos). Leer la columna de Ben Dror Yemini en «Yediot Aharonot» de hoy me inspiró a compartir estas reflexiones.

Quienes aspiramos a la paz mundial, suponemos que si todos los actores en un conflicto apuestan por la paz, ésta será posible. Pero ¿qué pasa si uno de los poderosos no cree en ella? Aprovechará la ingenuidad o falta de deseo de pelear de los otros para imponer sus condiciones. Así ha ocurrido en casi todas las guerras. Cuando uno de los actores agresivos ha visto que los otros rehúyen el enfrentamiento, lo leen como debilidad y lo atacan. El paradigma de esta visión es la de Hítler frente a los aliados en la preguerra. Hítler fue trasgrediendo una a una las restricciones del Tratado de Versalles llegando incluso a ocupar partes de Checoslovaquia, Austria y finalmente Polonia mientras los aliados apostaban a evitar entrar en guerra. Solo entonces en 1939 no les quedó otra más que luchar. Incluso Estados Unidos se abstuvo hasta fines de 1941 en que fue atacado en Pearl Harbor. Pero ocurre a cada rato. Rusia ha sido uno de los grandes aprovechadores de la certeza de que los europeos no harán nada por temor al conflicto militar.

En el Medio Oriente es moneda común. Claro que para los analistas y observadores a la distancia siempre el malo de la película (usualmente Israel) es el que replica con fuerza a las agresiones de su contrincante. Pero la lectura fuera de los escritorios de la redacción periodística por parte de los responsables de la seguridad de cada país es distinta. Para ellos no reaccionar es señal de debilidad, que hará que el contrincante se vuelva más ofensivo. La razón principal por la que Jordania y Egipto firmaron la paz con Israel fue el entendimiento que nunca la iban a poder derrotar y en cada guerra los que más perdían eran ellos en territorios, vidas humanas y crisis económica. La paz era mejor negocio que la guerra o la desgastante latencia de una posible guerra próxima.

Esta es la razón por la que Siria e Irán no se atreven a enfrentar directamente a Israel (ganas no les falta). Procuran distraer y desgastar a Israel y aprender de sus técnicas militares facilitando al Hamas e Hizballah armas y entrenamiento para atacar de rato en rato a Israel, que con las represalias duras manda señales a sus padrinos de que es un hueso duro de roer y no tolerará ninguna acción directa de Irán. Por eso es que es tan difícil un acuerdo entre Israel y los palestinos para crear su estado. Porque no depende solo de que los dos se pongan de acuerdo. Depende de que todo el contexto del Medio Oriente sea favorable y eso está aún muy lejos de ocurrir.

Lo que acaba de suceder entre Irán y EE.UU. va en la misma dirección. Un envalentonado Irán como potencia que aspira a prevalecer en el Medio Oriente (accediendo inclusive a capacidades nucleares) ya logró armar un sólido frente shiita que va desde el Golfo Pérsico hasta el Mediterráneo, pasando por Irak, Siria y Líbano, que se constituye además en una sólida barrera geopolítica entre Europa y el Medio Oriente. Aprovechando su fortaleza militar y la red internacional de milicias shiitas capaces de desestabilizar gobiernos que no le son afines, jaquea a países muy ricos como Arabia Saudita, Kuweit, Qatar, EAU, pero a la vez muy débiles militarmente. Irán los puede derrotar en pocos días, de no ser porque estos tienen poderosos padrinos a su lado, particularmente Estados Unidos. No es casualidad que estos países hayan empezado un acercamiento diplomático entre secreto y abierto con Israel. (“el enemigo de mi enemigo termina siendo mi amigo”).

A buena parte de los medios no les gusta Estados Unidos por diversas razones, algunas motivadas por su rol internacional de gran potencia, otras por razones ideológicas contrarias al país paradigmático del capitalismo y liberalismo económico, otras por el usual amor/odio que despiertan algunas naciones, otras porque así se alinean con los inversionistas y donantes que proceden del mundo islámico (especialmente poderosas cadenas y agencias de noticias), y entre muchas otras recientes la propia figura de Donald Trump, que no calza con los estándares de estadista de una gran potencia que los países de occidente quisieran ver. Curiosamente sienten más antipatía por Trump que por Putin a pesar que en los hechos Putin es tan o más problemático como líder “democrático” y como amenaza para Europa que los Estados Unidos.

Sin embargo, han sido las acciones de fuerza de Estados Unidos y los aliados en esta misión las que han terminado con el intento de crear un “Estado Islámico” en Siria e Irak, -que victorioso se hubiera extendido luego a todo el medio oriente- cosa que ningún intento de organizaciones pacifistas podría haber detenido por otros medios. Y ha vuelto a ocurrir ahora, con la acción de Estados Unidos de eliminar al general Qasem Soleimani, el poderoso y temido jefe de la Fuerza Quds, como reacción al ataque de sus milicias a la embajada de EE.UU. en Bagdad, mandando varios mensajes: 1) Hasta aquí no más. 2) Si no lo entienden, los que pagarán serán los de la cúpula. 3) No solo no deben meterse conmigo, sino con mis aliados.

El hecho que Irán haya tomado una represalia misilística con el debido cuidado de no causar ningún daño a los norteamericanos en Irak (aunque diciendo por TV interna que mataron 80 soldados norteamericanos) es señal que han leído el mensaje. Irán necesita tiempo para reformular su comando militar y estrategias internacionales y no está en condiciones de escalar el conflicto. Hasta el próximo round…

La historia de la humanidad también es la historia de las guerras, de ganadores y perdedores, y de épocas de “détente”. No hay países intachables en este escenario. Todos tienen su culpa y su razón. Es sano para la psicología humana pensar que la paz es accesible y aspirar a ella, haciendo todo lo posible por construirla desde nuestras relaciones más primarias con el prójimo cercano y entre naciones vecinas. Pero en ese tránsito entre el deseo, la ilusión y la realidad, los países se juegan la vida y la libertad en ese delicado equilibrio entre administrar pacíficamente disputas menores y ponerle freno duro a las amenazas mayores. En ese contexto, preguntar “quién tiene la razón” deja de tener sentido.

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