Correo, 04 12 2020

Los últimos acontecimientos han dado a “la voz de la calle” un fuerte peso en las decisiones de gobierno. Las marchas masivas cubiertas por los medios y redes generan una presión política que obliga al Ejecutivo o Congreso a tomar nota y actuar. En ese sentido, hace falta una gran movilización de padres para demandar cambios profundos en la obsoleta forma de hacer educación en los colegios del Perú.

Al evaporarse por la suspensión de clases las paredes y espacios físicos de la escuela y trasladarse el quehacer escolar de sus hijos a las casas, los padres que los han acompañado diariamente o han escuchado por ratos lo que hacen, han podido “estar en el aula” (virtual) y constatar lo absurdo del trabajo escolar de sus hijos, que hacen hoy en clase lo mismo que hacían sus abuelos.

En circunstancias normales, los padres “depositan” a sus hijos en una caja negra llamada escuela (presencial) y no tienen idea de lo que pasa allí. Solo suponen que se está educando a sus hijos gracias al currículo que manda el Minedu y a la pedagogía que adquirieron los profesores por su paso por las universidades. Pero ahora que el aula se ha trasladado a la casa, los padres que están presentes allí mismo se habrán podido preguntar ¿qué relación hay entre el quehacer escolar y el del mundo laboral adulto?. Se habrán dado cuenta que no se parecen en mucho, por lo que tiene todo el sentido preocuparse por la inconsistencia entre una escuela que supuestamente prepara para la vida usando estrategias y métodos artificiosos que no se parecen en nada a la “vida real” que conocen los adultos. Por ello los niños terminan el colegio y “no saben nada” como reza la queja de cuanta universidad admite postulantes a la educación superior o los centros de trabajo que incorporan egresados de secundaria a sus quehaceres.

¿Qué hace un adulto en el mundo del trabajo? (sin referirnos por ahora al medio virtual usado). Los padres usualmente deben resolver problemas específicos cuya solución no está en ningún manual ni tiene un “problema tipo” en el cual apoyarse. Tienen que usar el acumulado de conocimientos de las diversas disciplinas y experiencias de vida para indagar, buscar información relevante, analizar, consultar con colegas, imaginar escenarios alternativos, comparar, aquilatar probabilidades de éxito, y tomar decisiones conscientes de los riesgos que están asumiendo y las consecuencias de una posible decisión equivocada. Y si las cosas no caminan bien por un lado deben desistir, inclusive a veces tienen que decidir cerrar su empresa o retirarse de un empleo o asimilar un despido, para ensayar nuevas rutas que permitan una mejor esperanza de vida.

¿Qué de lo que hacen los alumnos en los colegios se parece a eso? Una escuela que segmenta el conocimiento en áreas divorciadas, lineal, predecible, basada en problemas y soluciones tipo para las cuales los alumnos se entrenan con la idea de que a más repetición más habilidad adquirida. Una escuela que trabaja con los libros de casos y problemas que tienen los datos acomodados para las fórmulas a aplicar, o que relatan historias del pasado para memorizarlas, no se parece ni remotamente a la vida real, por lo que deviene en aburrida, desconectada de la comunidad, poco motivante e irrelevante para los fines de la construcción de una sociedad democrática en la que cada persona ejerce plenamente su ciudadanía. Es una escuela para sobrevivirla y no para cultivar los talentos y potencialidades de cada persona. Es una escuela para llorar y no para disfrutar. Es una de las razones por las que hay tantos egresados del colegio que fueron “malos alumnos” pero despiertan sus potencialidades una vez egresados y tienen mucho éxito, y otros, que se esclavizaron sumisamente a las demandas escolares, que no pocas veces se convierten en los marginales del éxito de su generación, salvo que hayan hecho autocríticamente una reingeniería de sus capacidades en función de los nuevos propósitos que animan sus vidas.

Regresando al párrafo inicial, hace falta ese gran movimiento de padres que levantan la voz para demandar cambios profundos en la obsoleta forma de hacer educación en los colegios del Perú y exigir del gobierno la autonomía escolar necesaria para permitir que cada colegio sea un escenario para la innovación y la libre adecuación de su organización y pedagogía para atender eficazmente las demandas educativas relevantes para estos tiempos.

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