Resulta pretencioso generalizar el sentido del voto de los integrantes de cualquier profesión, pero me pregunto retóricamente por quién votaría un educador que quisiera alinear su visión educativa, sus enseñanzas sobre ciudadanía plena y democrática, con su elección para presidente y congresistas de nuestro país.

Habría que empezar asumiendo algo muy objetivo: ningún candidato podrá cumplir las promesas electorales de hacer reformas o grandes obras por tres razones. 1) Al no tener mayoría absoluta, necesita negociar y acordar con otros partidos para lograr los votos en el Congreso y eso siempre transforma (debilita o elimina) las propuestas originales. 2) Al no haber infinitos recursos, la priorización significa que no será posible hacer todo lo prometido. 3) Aún las buenas iniciativas, cuando tienen que pasar el filtro de las leyes, burocracia y ejecutores, pierden fuerza y orientación hacia la meta en el camino.

De aquí se deduce que a quien hay que elegir es a alguien que sea capaz de negociar y conciliar con los diversos sectores en búsqueda de estabilidad y acuerdos realizables para beneficio de la comunidad.

Por otro lado, el Perú está pasando por una etapa de depresión colectiva derivada de la constatación de nuestro fracaso como estado para resolver los problemas básicos de la población en materia de salud, alimentación, vivienda, seguridad, empleo y educación, por lo que se necesita hacer reformas estructurales que requieren un líder visionario e inspirador, capaz de movilizar a la población hacia el optimismo y orgullo de una nación que sale adelante.

Ninguno de los dos conceptos anteriores puede ir de la mano con candidatos impulsivos, cortoplacistas, hostiles, ni los que tienen pensamiento mágico, que piensan que basta producir leyes, reglamentos, controlar precios o aumentar hasta el infinito los presupuestos para que los problemas del país queden resueltos. Ese credo que por ejemplo en educación y salud está omnipresente en nuestros ministerios desde hace décadas, ha evidenciado ser ineficaz, ya que nada de eso augura una buena gestión, como se ha hecho visible especialmente durante la pandemia. Basta comprobar la incapacidad de hacer llegar tabletas y material educativo a los alumnos en cortos plazos que respeten su derecho a la educación (que cualquier cadena de tiendas de departamentos del Perú hubiera hecho rápidamente), o ver la desesperante incapacidad de conseguir vacunas y una vez llegadas al Perú aplicarlas de inmediato. Resulta que el año de planificación para la llegada de las vacunas ni siquiera alcanzó para tener preparadas y depuradas las listas de las personas a vacunarse y los equipos para la vacunación inmediata (que un acuerdo entre las grandes compañías aseguradoras hubiera resuelto en una semana). Me asalta la pregunta ¿cómo pudimos los peruanos tener tantos gobernantes y legisladores tan insensibles, egoístas, e incompetentes y que las excepciones no hayan tenido el peso e imaginación para hacer valer sus aportes?

Llegamos entonces al decisivo concepto de cómo los educadores, conscientes de todos estos problemas, escogen a sus candidatos a la presidencia y al congreso. Hasta qué punto al elegirlos están ejerciendo la responsabilidad cívica que aspiran para sus alumnos, haciendo previamente un serio ejercicio de introspección y reflexión. Se trata de imaginar con qué gobernante y legisladores el Perú puede trabajar en equipo para construir una democracia que aspira al bien común con líderes que ponen en juego su creatividad, resiliencia, capacidad de escucha, alta autoestima y capacidad innovadora para emprender proyectos originales, potentes, imaginativos, sin la cobardía y complejo de inferioridad de quienes piensan que si otros no lo han inventado o hecho antes, entonces no será posible, porque los peruanos son inferiores.

Y si tuviera que agregar una aspiración que parece delirante me sentiría muy identificado con los candidatos que sean capaces de hablarle a los niños y jóvenes, aunque no sean votantes, para expresarles su comprensión por su situación apremiante actual e inspirarlos a que tengan fe en el Perú y los logros posibles gracias al esfuerzo colectivo su sociedad, incluyendo hablarles honestamente sobre errores cometidos en su vida por demérito propio y cómo reconocerlos, enfrentarlos y aprender hace de ellos mejores personas.

Confieso que aún me resulta nebuloso visualizar a esos candidatos a presidente y congresistas, pero en todo caso ese es el norte que tiene mi búsqueda de identificarlos en esta semana prelectoral que aún queda por delante. Mi sueño es que todos los educadores -incluyendo a los padres de familia- estén haciendo un ejercicio similar, aun sabiendo que -legítimamente- cada uno llegará a otra conclusión.

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