Cada vez que estalla el conflicto bélico entre Israel y un vecino directo (Siria, Líbano, Gaza palestina), o indirecto (Irán, Turquía, Qatar) de turno, evoco la época en la que me dedicada continuamente al análisis de lo que ocurría en Israel y el Medio Oriente, llegando a la conclusión de que todo sigue más o menos igual. Es como si fueran las cuatro estaciones del año que se repiten todos los años, y una ONU impotente, en la que se representa el mismo libreto teatral con los límites puestos por las conveniencias de las tres grandes potencias China, Rusia y EE.UU. aunque vayan cambiando los actores.

En el corto plazo, es una pera en dulce para los medios que explotan la emotividad de los espectadores y un público usualmente desinformado al que en vez de nutrirlo con análisis ponderados de los lados en disputa, se les regala imágenes de violencia, dolor y sangre, para asegurar el rating, nuevamente regido por los intereses de los auspiciadores (que a veces son los mismos gobiernos involucrados en el conflicto). Esos auspiciadores vienen a ser las grandes potencias del visto bueno o el veto en los medios de comunicación. Basta con preguntarse quiénes son los auspiciadores de cada uno de los medios y qué relación hay entre la línea editorial e ideológica de las noticias que transmiten o no transmiten. (Lo estamos viendo en el Perú ¿no?)

Por ejemplo, en el panorama internacional, interesa amplificar que en Gaza hay 200 muertos pero pasan a la periferia noticiosa los 400,000 muertos y millones de desplazados en la interminable guerra interna en Siria, y hay poca o ninguna información sobre los atropellos a los derechos humanos en China o los regímenes islámicos (que además incluye una violenta discriminación contra las mujeres y las LGTB), o la violenta represión de la oposición en China, Rusia y los países árabes.

¿Cómo se puede esperar que los países le hagan caso a la ONU en la que está prohibida cualquier resolución contra cualquiera de las cinco potencias del consejo de seguridad o sus respectivos protegidos? ¿Cómo esperan que los gobiernos hagan caso de lo que dicen los medios con las asimetrías explicadas? ¿Por qué Estados Unidos demoro más de 100 años en reconocer que hubo un genocidio de turcos contra armenios (procurando no incomodar a sus aliados turcos que obviamente han tomado represalias)?

Al final de cuentas, la política internacional no se basa en consideraciones éticas (que tampoco habría un tribunal universal capaz de sancionar) y cada país es responsable de proteger sus intereses y construir las alianzas que faciliten su supervivencia y bienestar.

Si no se entiende eso, no se puede entender lo que pasa y puede pasar en el Medio Oriente, en el que además de los factores geopolíticos, las emociones se mueven por el lado del miedo a la escasez de petróleo mundial que se produce mayoritariamente en esa región, el miedo a una guerra nuclear, y las tensiones por ahora irreconciliables entre los fanáticos religiosos de todos los bandos que imaginan que asumir la verdad de su religión supone eliminar las otras religiones, porque no puede haber dos verdaderas.

Ocurre que vivimos en un mundo en el que desde la infancia se enseña que en todo conflicto hay un lado ganador y otro perdedor, uno que tiene la razón (generalmente con el que uno simpatiza) y otro que está equivocado, -alentado por un ambiente social en el que prevalecen las competencias deportivas y una economía que apuesta por la competencia como estímulo para la superación-. En ese contexto, es muy difícil pensar en que todos pueden ser ganadores, o todos pueden ser perdedores, si es que no hay un ánimo de colaboración y búsqueda de una construcción colectiva del bien común. Esta falla fundamental en nuestra educación también es visible hoy en las campañas electorales de América Latina, incluyendo la del Perú por supuesto, en la que me temo que se avizora que todos seremos perdedores.

A las personas de nuestra generación les resulta difícil entender que hay conflictos sin solución en un plazo previsible, y que no admiten esta definición de ganadores y perdedores; conflictos que solo pueden avanzar lentamente hacia escenarios de conciliación conforme pasen las generaciones y vayan cambiando las condiciones, hechos e intereses geopolíticos. Entender que la máxima aspiración razonable es la de los pequeños avances (que en realidad es lo que está pasando en la relación entre Israel y cada vez más países árabes e islámicos, pero ha tomado 70 años). Probablemente la relación de paz y cooperación entre Israel y Gaza (como parte de un estado palestino) sea de las últimas en llegar, porque todavía hay demasiados conflictos calientes y ambiciones por resolver por los distintos partidos simultáneos que se están jugando en distintas canchas que deben alinearse. Por ejemplo, los intereses de China, Rusia y EE.UU. en el petróleo y mercado del Medio Oriente. Los intereses de Irán, Arabia Saudita y Turquía de ser la potencia dominante de la zona nutrida por la rivalidad histórica entre chiitas y sunitas, y entre persas, otomanos y sauditas. El interés de Hamas de derrocar a Al Fatah en Cisjordania para ejercer el gobierno hegemónico sobre toda Palestina (auspiciado por Irán) para lo cual Hamas procura ser visto como el auténtico líder de las reivindicaciones islámicas-palestinas en Jerusalem. El interés del Likud en Israel de mantener a Gaza separada de Cisjordania para que la solución de dos estados sea inviable… y así podríamos aumentar la lista de intereses en juego.

En suma, como seres humanos, duele la muerte de los afectados por covid desatendidos por falta de oxígeno, la de los venezolanos por falta de medicinas básicas, la de los LGTB torturados y asesinados en Irán, la de los sirios, israelíes y palestinos caídos por el fuego bélico y hasta la de los muertos en accidentes de tránsito o aviación, especialmente cuando somos allegados a alguno de los afectados. No hay una aritmética de la muerte o del dolor, no hay justicia en la vida de unos a costa de la muerte de otros.

Por eso es que debemos hacer todos los esfuerzos por una educación hacia la paz y la convivencia que procura la inclusión y el bien común. Distanciarse de la vocación por competir, ganar para no perder, y construir juntos un mundo mejor. No veo otra salida. Y nuevamente, regresando al Perú, debiéramos empezar por casa. Las grandes potencias no vendrán a salvarnos ni a velar por nuestra paz interna. Vendrán a cosechar las ventajas de los desacuerdos internos. Somos nosotros los que debemos construir nuestra ruta hacia la paz, la armonía social y el progreso. Y eso se facilita cuando el liderazgo nacional se organiza en función de ese propósito.

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