Si se revisan las presentaciones al congreso y las conferencias de prensa del ministro Carlos Gallardo y los argumentos de los congresistas en las sesiones de interpelación y censura, se observa claramente que el interés superior de los niños estaba casi ausente. Se le acusó de todo lo imaginable, usando a los niños como pretexto para expresar su aparente preocupación por la educación. Sin embargo, no se desprende de todo lo dicho una preocupación genuina por el bien superior de los niños, que demanda su retorno inmediato a las clases presenciales.

Pesaban más las acusaciones de su filiación sindical, sus reparos a la evaluación docente en el modelo existente de la carrera magisterial, la filtración de pruebas y su inacción para tomar decisiones, los nombramientos al servicio de sus allegados, etc.

Imaginemos si el cargamontón al ministro hubiera tenido como foco su inacción para el retorno inmediato de los alumnos a la vida escolar presencial regular, citando todo tipo de estudios que evidencian que el Perú es de los últimos en el mundo en este objetivo y que hay experiencias internacionales que muestran que hay forma de cuidar a los alumnos con medidas razonables. Sin duda, la inexorable herencia que dejarían para el nuevo ministro sería la obligación de retornar a la presencialidad plena de inmediato.

Pero hay más. Imaginemos que el comportamiento de los congresistas, que incluye a muchos profesores, hubiera representado en el hemiciclo la conducta que se esperaría de un director en su colegio o de un profesor en su aula de clase. Dejó una lección tóxica la falta de trato respetuoso, empático, conciliador, colaborativo entre congresistas, porque el espacio congresal simulaba más bien un ring de lucha libre donde los hinchas de uno acribillaban a gritos y golpes a los hinchas del otro, considerados enemigos más que pares con ideas discrepantes.

Es fácil deducir por qué la educación ciudadana democrática que se espera que se cultive en los colegios es una ficción inalcanzable en la medida que los referentes políticos y docentes que tenemos a la vista se comportan de forma contraria. Mientras más se parezcan los debates políticos al enfrentamiento entre las barras de Universitario y Alianza Lima, mas lejos estaremos de la construcción de una sociedad democrática inclusiva. Y si agregamos a eso el silencio pasivo-agresivo del presidente Castillo para dirigirse a la población, tendremos un ejemplo de ausencia de liderazgo y rendición de cuentas que alimentan las conductas huidizas, cuando la expectativa pedagógica es que los estudiantes aprendan a dar la cara y asumir la responsabilidad por sus actos.

Mi “wishful thinking” es que el presidente, los ministros y los congresistas, liderados por los que son docentes, den la batalla por el bienestar y el desarrollo de la cultura cívica democrática de los alumnos, pensando además en el tipo de docentes que ellos quisieran para sus propios hijos en los colegios, y que en sus intervenciones públicas prestigien la imagen de los docentes que el Perú necesita para educar a sus niños y jóvenes de modo que aprendan a convivir en un ambiente democrático.

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