Ayer falleció un querido colega de mi época en el León Pinelo, el profesor Pablo Torres Ubilluz, sumándose a varios otros que por razones de edad o enfermedad llegaron al día final de sus vidas habiendo pasado por diversas penurias.

Conversando con colegas de otros colegios, me comentaban situaciones coincidentes: cuántos de estos maestros en vida, una vez jubilados de su labor docente, quedaron ausentes del recuerdo de sus exalumnos, sin enterarse de sus carencias y necesidades vitales, e incluso excluidos de una ocasional visita de conversación libre y liberadora que tanto bien les hace a los ancianos o enfermos solitarios, y cuántos tienen que esperar a morir para que sus exalumnos digan algo elogioso que ya no pueden leer o escuchar.

Lógicamente no se puede esperar de cada ex alumno estar al tanto de todo lo que pasa con sus exprofesores, salvo quizá sobre los que más impactaron en sus vidas, pero al menos colectivamente, institucionalmente, podría haber una comisión rotativa de exalumnos voluntarios que le hagan el seguimiento sobre todo a los más relevantes, aquellos que dedicaron la mayor parte de su vida profesional a alguna institución en particular. De este modo, además de hacerles el agradecimiento en vida, pueden estar al tanto de sus necesidades y atenderlas dentro de lo posible para que tengan una vejez tranquila y un final digno, que sea consistente con todos los elogiosos comentarios que se hace de ellos al morir.

Cada persona tiene otra idea sobre la muerte, pero hasta ahora al menos nadie ha podido demostrar que los muertos pueden leer en Facebook o los medios lo que se escribe de ellos. En cambio, hay suficientes evidencias de que en vida, atender al necesitado le toca el alma…

Sugiero, esta vez de modo más abierto, que así como en todos los colegios existe una APAFA o algo que se le parece que representa a los padres, se conforme una AEXPROF, una asociación de exalumnos preocupados por sus exprofesores, que se autoimponga como misión hacer un seguimiento de sus profesores jubilados, ya sea para visitarlos, invitarlos ocasionalmente a algún evento o enviarles mensajes de saludo, quizá con motivo del Día del Maestro o su cumpleaños, y sobre todo para ayudar a atender las necesidades básicas de vida digna para quienes lo necesiten.

Ese contacto quizá mantenga latente esa dimensión del espíritu humano que se nutre de amor cuando uno piensa, agradece y aporta al bienestar de los demás, que sería la evidencia de que los exalumnos llevan consigo la gran lección aprendida de estos maestros. Si un maestro tocó sus almas como lo dicen en sus comentarios post-mortem, los exalumnos podrían tocar el alma de sus maestros cuando aún están con vida.

Sé que aún quienes leyendo esta columna se identifican con ella a las pocas horas olvidarán lo leído, pero lo seguiré escribiendo aunque sea para garantizar que yo no me olvide de lo importante que es esto, y con la esperanza de que cuando menos si un grupo de exalumnos deciden tomar acción por cuenta propia (como ocurrió en el caso de Cribi y Pablo), habrá valido la pena animar a la acción a todos los que le encuentren sentido a lo dicho aquí. Sin embargo, mientras no sea una estrategia institucional, será un asunto de preferencias personales o del azar enterarse sobre las necesidades de uno u otro.

Creo que los maestros tocadores del alma merecen algo más que sentir que si “por suerte” alguien se entera de sus necesidades, al final de sus vidas podría hacerse algo por ellos, y también algo más que heredarle a quienes los sobreviven, los comentarios que se escriben en las redes y medios…

No pretendo que se deje de comentar en las redes… porque por extensión los colegas que los conocieron se sienten identificados, consolados y valorados. Pretendo que se avance más allá del homenaje de momento y se convierta esta valoración en una fórmula de acción continua para los exmaestros en vida.

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