A la mayoría de las personas les asusta ser pesimistas, porque llevado al extremo, ese pesimismo le quita sentido a nuestro futuro como nación y como individuos dentro de ella. Por lo tanto, el instinto de supervivencia tiende a empujarnos a ser optimistas o cuando menos cínicos o indiferentes frente a los datos de la realidad para evitar sobre-estresarnos.

Las personas de la tercera edad que hemos estudiado el pasado en los libros y vivido nuestra edad en contacto con la realidad, hemos tenido la oportunidad de ser optimistas por seis, siete o más décadas, y ya tenemos suficiente información y experiencias como para expresar sin ambigüedades nuestro pesimismo. Me hace recordar a un psicoanalista amigo fallecido que me decía “no es que sea pesimista. Es que estoy bien informado”.

Si pusiéramos en una computadora inteligente que no tiene emociones todos los datos de la realidad, digamos todo lo que se sabe del ejecutivo, del congreso, de los gobiernos regionales y locales, de la policía, del sistema judicial, los cientos de conflictos sociales no resueltos, por mencionar algunos, y le preguntamos ¿cómo ves el futuro?, creo que no tendría que ser demasiado sofisticada como para decir unívocamente que estamos metidos en una espiral de decadencia que no tiene reversión. Eso lo intuyen decenas de miles de peruanos que han decidido irse del Perú o quedarse con una actitud individualista de “sálvese quien pueda, mientras pueda”.

Aún así, retornando a nuestra condición humana, emocional, aspiracional, aquella en la que el “wishful thinking” todavía pone algunos galones a nuestros tanques vitales, cabe preguntarnos ¿es posible revertir esta decadencia? ¿Qué hay que hacer para disrumpir una tendencia que parece inexorable?

Si aún creemos que la dimensión electoral de la democracia peruana puede ser el mecanismo transformador de nuestro destino oscuro, ¿qué tendría que ocurrir con los partidos políticos y con los electores tanto este fin de año como en el 2026, en caso que lleguemos a tener elecciones ese año? ¿Qué tendrían que hacer los ciudadanos que observan cotidianamente esta decadencia y los medios de comunicación que la documentan y alimentan? ¿Cómo debería enfocarse la educación no sólo a nivel escolar sino sobre todo superior para que los futuros profesionales sientan que llegó la hora de hacer oír su voz y acoger sus aspiraciones?

Mientras no sean visibles algunas respuestas alentadoras, no nos quedará otra más que hacer lo que podamos para procurar una vida digna y esperanzadora para los que estén a nuestro alcance, y vivir con esta combinación de desaliento y expectativa discreta de que quizá algunos personajes y acontecimientos inusuales nos den la sorpresa.

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