Las sociedades latinoamericanas están disconformes con el modelo cívico democrático, la economía de mercado y la constitución como ley de leyes, porque no resuelven los problemas de la población más precaria y vulnerable, que existe en grandes proporciones.

Para atenderse en salud las personas necesitan hacer colas de varios días, para operaciones esperar varios meses, y para obtener medicamentos tienen que proveérselos por sí solos, aún si por años pagaron puntualmente sus contribuciones a la seguridad social.

La educación estatal que recibe la mayoría los condena a la postergación sea del acceso a la educación superior o al mercado laboral, aún si logran obtener un título universitario. Sus ingresos son limitados e inestables usualmente gestados en la informalidad, y si requieren algún trámite policial o judicial enfrentan la inefable realidad de la inequidad producto de la corrupción.

Para tener un lugar en el cual vivir tienen que invadir terrenos, construir por sí solos sus viviendas, y esperar años para que el estado los provea de electricidad, gas, agua y desagüe.

Su hartazgo, desesperación y angustia se expresa electoralmente apostado por el mesías de turno, que mientras más radical y populista sea más atractivo se vuelve, especialmente si en sus discursos en las plazas utiliza un tono amenazante, resentido y autoritario.

¿Cómo se cambia todo esto? El mundo adulto ha contestado “no se puede”. Solo queda esperar que el mundo juvenil no se sume al “no se puede”. Pero el “sí se puede” tiene que estar en su ADN emocional, que se modela en el hogar y en la escuela a través de las experiencias cotidianas que se viven en ellos. Eso exige de la escuela crear las condiciones para investigar y conocer la realidad, confrontar lo que es inaceptable, embarcarse en proyectos de impacto social a manera de cimientos de lo que será su militancia de mayor envergadura, el día que alcancen la mayoría de edad. Eso no es posible con los habituales enfoques educativos conservadores que atraviesan la escuela peruana por la ineptitud del Ministerio de Educación para promover la educación ciudadana. Para el Minedu tradicional siguen siendo los puntajes en matemáticas y comunicaciones el objetivo de la vida escolar, y las anotaciones en el SISEVE su compromiso con la salud mental de los alumnos, con una enorme aversión al riesgo de innovar para educar de verdad.

Aspiro a que el Minedu transforme la cobardía institucional en valentía, promoviendo la innovación y la autonomía, alentando a los directores a crear un clima institucional que ponga la educación para la justicia social y el bienestar colectivo en la cima de las prioridades. No hay magia en educación. Si no se crean las condiciones para la transformación, vencerá la inercia y con ello, perderemos todos los peruanos.

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