Si yo fuera un ignorante en temas del Medio Oriente, lo que escucho en la radio, leo en diarios y veo en la televisión me llevarían a concluir que el Estado de Israel está loco, por desarrollar una acción militar antojadiza, arbitraria y prepotente en el Líbano. Se sostiene que Israel debería ser detenido, sancionado y hasta eliminado.
Siempre me ha resultado curioso que en un tema tan complejo como el árabe-israelí haya una tan asombrosa uniformidad en la crítica hacia Israel. ¿Será casual o hay algo en el inconsciente de los analistas que hace que ni bien aparece Israel en un conflicto haya una tendencia casi automática a censurarlo? Quizá los psicólogos tengan la respuesta. Esta columna pretende aportar a la comprensión del problema de quienes no tienen esa predisposición negativa automática contra Israel.
El 25 de junio un grupo de activistas del partido del gobierno palestino Hamas hizo un túnel desde Gaza, atacó una base militar en suelo israelí, mató a dos soldados y secuestró a otro. El 12 de julio otro grupo terrorista, Hezbolá, integrante en este caso del Gobierno Libanés en el que cuenta con dos ministros y 24 congresistas, atacó otro puesto militar israelí en la frontera con Israel, mató a cuatro soldados y secuestró a dos y provocó la reacción israelí. Esto, al día siguiente del ultimátum que las grandes potencias dieron a Irán para detener el desarrollo de su potencial nuclear. Los medios por supuesto han reportado el ataque israelí como si fuera el agresor. Solo se ven los muertos libaneses. Los israelíes no existen.
Una vez más, cualquier respuesta israelí ante una agresión, así sea por autodefensa, es objeto de condena. Toda iniciativa de Israel para cambiar el status quo, incluida la retirada del Líbano hace seis años y la de Gaza hace medio año, lejos de reconocerse como un esfuerzo por acercarse a una solución permanente, se toma como un síntoma de debilidad que alienta al mundo árabe a creer que el terrorismo sí es rentable y produce victorias. Parece que el público no logra captar aún que Hamas y Hezbolá son brazos armados terroristas de Irán cuyas capacidades nucleares la ONU y el G-8 quieren desactivar. Israel no puede permitir que su frontera norte y suroeste estén controladas por los agentes de Irán que han jurado destruir a Israel y que cada vez están mejor armados, como lo demuestra su enorme capacidad de fuego contra Israel desde Gaza y sobre todo desde Líbano. Este Gobierno no está dispuesto a movilizar a su Ejército para desarmar a los 4.000 efectivos de Hezbolá y los 700 guardias revolucionarios iraníes que los apoyan, según lo exige la resolución 1559 del Consejo de Seguridad.
Siria utiliza el conflicto para demostrar a los libaneses que requieren su concurso para protegerse de Israel y decir al G-8 que aún tiene un rol que cumplir en la zona. Irán utiliza a Hezbolá para distraer la atención de los líderes mundiales en la cumbre del G-8 de sus intentos de hacerse de armamento nuclear, por lo que estos han reconocido el derecho de Israel a la autodefensa contra ataques terroristas al señalar que es Siria la que debe presionar a Hezbolá para detener sus ataques contra Israel. Inclusive gobiernos árabes sunitas liderados por Arabia Saudita y Egipto están complacidos con las acciones de Israel para anular la capacidad bélica de Hezbolá, que es parte del proyecto iraní de dar a los chiitas el dominio de la agenda política árabe en la región.
Hamas y Hezbolá han demostrado que con ellos a un lado la fórmula ‘territorios por paz’ es un bumerán, lo que podría llevar a Israel a recuperar la tesis de disponer de una profundidad territorial estratégica a su favor (territorios que sirvan de colchón antes que tocar una población civil) para así asegurarse de que no habrá ataques desde la frontera contra sus poblaciones civiles.
En suma, frente a tanta evidencia desestabilizadora de la paz mundial que parte de Irán y sus agentes, atribuir a Israel el estigma de ser un país desquiciado y criminal no aportará mucho a la comprensión ponderada del tema.