Alan García debería preguntarse ¿qué tienen en común el panameño Manuel Noriega, el costarricense Miguel Ángel Rodríguez, el nicaragüense Arnoldo Alemán, el chileno Augusto Pinochet, el rumano Nicolae Ceaucescu, el yugoslavo Slóbodan Milósevic el peruano Alberto Fujimori, y por un buen tiempo el mismo Alan García entre tantos más?

Todos han sido presidentes todopoderosos que luego de su gobierno cayeron en desgracia porque fueron incapaces de aprender del futuro. Si lo hubieran hecho, habrían anticipado estas estrepitosas caídas de personajes que alguna vez fueron todopoderosos pero que terminaron marginados, despreciados y hasta ejecutados. Darse cuenta de que el poder es temporal y pendular permite evitar errores y desatinos irreversibles.

Así como los médicos predicen el desarrollo futuro de las enfermedades, los climatólogos el del clima y los investigadores de mercado y encuestadores el comportamiento del público, los políticos deberían hacerlo con su propio futuro.

¿Alguien hubiera imaginado cinco años atrás que Nicolás Hermoza, Víctor Joy Way, Vladimiro Montesinos, Agustín Mantilla o César Almeyda estarían presos y que Alberto Fujimori luego de estar detenido estaría ad portas de una extradición judicial? A ellos les faltó o falló su visión de futuro.

Dos cuestiones son altamente preventivas para un gobernante como Alan García que inicia un nuevo gobierno. La primera deviene de reconocer el encanto del poder, cuyo ejercicio es placentero y estimulante pero que a la vez tiende a inhibir la escucha a los consejeros y periodistas críticos y honestos, por preferir a los aduladores. Son los críticos los que protegen a los gobernantes del peor enemigo que todos tienen dentro de sí, que es su sentimiento de omnipotencia e infalibilidad.

La segunda cuestión es la conciencia sobre la pendularidad del poder. Saber que así como unas veces tendrá éxito, otras fracasará. Unas veces estará en el lado ganador, pero otras en el perdedor. Si quiere ser respetado y bien tratado cuando inexorablemente esté abajo, debe actuar con humildad, corrección y generosidad política cuando está arriba. A mayor soberbia y violencia en el ejercicio del poder, mayor el rencor acumulado y el deseo de venganza en los afectados que buscarán el desquite cuando el péndulo oscile en dirección contraria. Mientras mayor sea la tolerancia, el respeto al rival, a la prensa, y la capacidad de diálogo democrático –a pesar de las discrepancias–, menores serán los rencores y las cuentas pendientes para cuando rote el poder, así como mayor será la capacidad de los opositores y periodistas para reconocer la valía del gobernante.

Pero estas cosas tienen que pensarse cuando se está en el clímax del poder y no recién cuando se cae en desgracia. ¿Podría pasarle al presidente García lo que le pasó a Alberto Fujimori? Ese es el espejo en el que tiene que mirarse diariamente. La mejor garantía para el cuidado de su honra a partir del 2011, estará en su capacidad de ser tolerante, cívicamente correcto y muy respetuoso de la libertad de prensa, lo que incluye tolerar a los columnistas o entrevistadores incómodos. De paso, eso puede marcar un importante ejemplo para los demás políticos y especialmente para la juventud, que desde la vitrina radial y televisiva incorpora día a día los valores, usos y costumbres de sus gobernantes y líderes de opinión.

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