A los comentaristas de los medios, que en interés de nuestra vocación cívica expresamos con transparencia y crudeza lo que pensamos, muchas veces se nos alerta con comentarios como “tu columna está muy fuerte”; “el candidato se va a asar contigo”; “ten cuidado, no vaya a ser que luego tengas problemas”; etc. Todas ellas expresiones que no se entenderían en ningún país verdaderamente democrático, donde decir las cosas frontalmente es la manera natural de comunicarse, y señalar las debilidades de los políticos es el quehacer rutinario de los analistas.
Puedo entender que en Arabia Saudita, Libia, China, Cuba o Venezuela la gente no se atreva a decir o escribir libremente lo que piensa, pero ¿en el Perú?
Quizá los comentaristas de los medios seamos precisamente la primera línea que pone a prueba la democracia y la existencia de todas las libertades que suceden a la libertad de expresión.
El rol cívico de todo aquel que tenga algún espacio para comunicar sus ideas no es el de ponerse cómodamente de costado, sino el de señalar aquello que en la personalidad o propuesta de cada candidato puede ser motivo de preocupación y puede llevarlo a errores o fracasos. Esa es una función pública a veces más trascendente que la de ser funcionario público. Así, elabora sobre las legítimas preocupaciones de la ciudadanía. Esto es algo en lo que todo candidato democrático debería tener interés, consciente de que el principal enemigo que tendrá cuando acceda al poder será su propio yo, expresado en sentimientos de soberbia, omnipotencia e infalibilidad, que suele ser el resultado de rodearse de ayayeros y allegados que lo aplauden sin confrontarlo lealmente con la merecida crítica que emana de sus actitudes y decisiones imperfectas. El infalible no se equivoca, por lo que no se corrige ni puede gobernar en democracia. En cambio el demócrata se sabe falible, por lo que es humilde, teniendo siempre presente que el poder político es temporal y que las personas pueden pasar fácilmente de arriba a abajo, de acusadores a víctimas, de ganadores a perdedores. Basta observar la situación de los anteriormente todopoderosos Fujimori-Montesinos, Joy Way, Hermoza Ríos, Pinochet, Noriega o Hussein para entender el tema. El mismo Alan García ya ha vivido esta experiencia.
Por lo demás, el respeto de los gobernantes por los críticos es un excelente indicador del ambiente democrático del país.