La inversión educativa sostenida desde 1948 le permitió a Israel convertirse en una potencia científica y tecnológica similar a Japón y Corea. Sin embargo, en la última década los resultados internacionales del rendimiento escolar de los israelíes en matemáticas y ciencias muestran un notable deterioro, para preocupación de la sociedad israelí, que hoy cuenta con 120,000 profesores, 700,000 alumnos y 3,500 colegios. Es un sistema doblegado por su inercia, que ha llevado al incremento de gastos y vicios administrativos, 13 reformas educativas cosméticas desde 1968, cuya efectividad nadie ha comprobado, deterioro del salario magisterial y caída de la calidad docente, etc. Los peruanos conocemos de sobra el libreto.
Israel cuenta con suficientes recursos. Los 6,000 millones de dólares anuales para niños de tres a 18 años producen una de las inversiones per cápita más altas del mundo. El problema es la ineficiencia. La ex ministra de Educación Limor Livnat convocó al exitoso empresario “hight tech” Shlomo Dovrat para hacer una propuesta de reforma inspirada en los principios que rigen en el mundo empresarial. Metas claras, con seguimiento y control de logros. Convocó a 200 expertos israelíes y extranjeros que estudiaron diversas reformas en el mundo. Sus recomendaciones incluyeron: reducir el número de profesores y directores para quedarse con los mejores, pagarles más y elevar así el prestigio social de la carrera para atraer a postulantes más talentosos. Los profesores deberán poseer un grado universitario en el área de su enseñanza y una certificación docente. La docencia será una profesión similar a otras, trabajando cinco días a la semana con 40 horas de asistencia y 24 horas de clases. Los alumnos estudiarán cinco días por semana de 8.00 am a 4.00 pm. Los directores tendrán mayor jerarquía y salario, permitiéndoseles contratar a los profesores y empleados a su cargo, así como manejar su propio presupuesto. Los padres ejercerán el derecho a escoger el colegio que prefieran para sus hijos. El sistema será transparente. Se sabrá qué tiene que aprender cada alumno en cada grado, lo cual será medido mediante los exámenes nacionales anuales, cuyos resultados serán publicados.
Son propuestas revolucionarias discutibles que chocan con inercias nocivas y el sindicato magisterial, pero cumplen con ofrecer una alternativa para abandonar la mediocridad y mejorar la educación.
Ya que nuestros candidatos hablan de una “revolución educativa”, quizá esto sirva como referente para inspirar sus propuestas.