Recuerdo que en una oportunidad en que participé en una charla sobre el nazismo y el exterminio de judíos en el Holocausto, uno de los oyentes me preguntó ¿porqué los judíos siguen recordando Auschwitz y el Holocausto? ¿Porqué no perdonar y olvidar? ¿Porqué ese deseo de venganza?
Le respondí que así como uno no olvida a un padre o hijo por el hecho de haber fallecido, tampoco se puede olvidar a los seis millones de hermanos exterminados por los nazis de quienes somos sus parientes adoptivos porque muchos no tienen quién los recuerde. Perseguir a los responsables del genocidio no es un acto de venganza, aunque la entendería, sino de justicia. Cuando un delincuente comete un crimen la sociedad lo sanciona, no por venganza, sino por justicia, porque las personas deben pagar por las consecuencias de sus actos. Así, cada vez que recordamos el Holocausto –y el 27 de enero lo hicimos por el 60 aniversario de la liberación de Auschwitz- hacemos justicia con las víctimas inocentes. Pero hay muchas otras razones más.
Recordamos el Holocausto porque nuestros muertos merecen de nosotros cuando menos un kadish (rezo recordatorio). El plan nazi era condenar a los muertos judíos al anonimato de las cenizas no enterradas. Honrar su memoria es un acto de justicia, que permite devolverle nombre, apellido e identidad a cada una de las víctimas, y eso exige recordar.
Recordamos el Holocausto porque haciéndolo tocamos las partes más oscuras de la historia de la humanidad y del hombre, en las que se hostilizó y se persiguió al diferente, en las que se procuró someter o eliminar a las minorías, en las que el hombre fue intolerante con quienes pensaban diferente.
Recordamos el Holocausto porque no podemos aceptar la tesis que sostiene que para que unos vivan bien, los otros tienen que morir.
Recordamos el Holocausto porque es nuestro aporte a la humanidad. Si las víctimas no recuerdan, los perpetradores no recordarán. Son las víctimas de Pol Pot, Saddam Hussein, Pinochet, Videla, Abimael Guzmán los que deben recordar si quieren lograr justicia y prevención. Si las víctimas no recuerdan, los perpetradores olvidarán. Es más, harán todo lo posible para distorsionar, negar y hacer que otros olviden.
Recordamos el Holocausto porque ello tiene un enorme valor preventivo. Sin este episodio no habría tenido su partida de nacimiento la versión que hoy conocemos de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” del año 1948, de gran vigencia en las décadas siguientes.
Recordamos el Holocausto para hacer justicia a muchos no judíos como el cónsul sueco en Budapest Raoul Wallenberg quien arriesgó su comodidad de diplomático y su propia vida para ayudar a su prójimo judío en aprietos, logrando salvar decenas de miles de vidas humanas, dejando un testimonio histórico de lo que se puede lograr contra la adversidad cuando los principios prevalecen sobre las conveniencias.
Recordamos el Holocausto para no dejar de preguntarnos las preguntas sin respuesta, como aquella de porqué si Hítler en 1944 ya sabía que iba perdiendo la guerra, distrajo trenes, oficiales y pertrechos para acelerar la deportación de los judíos húngaros que aún no habían sido enviados a Auschwitz.
Recordamos el Holocausto, porque con ello sacudimos la conciencia de los cristianos y de miembros de otras confesiones, que a partir de la constatación de las tragedias que ocasiona la intolerancia religiosa revisaron su relación con el pueblo judío.
Recordamos el Holocausto porque aún no terminó. El neonazismo es el hijo legítimo del nazismo, que levanta cabeza y se abre paso aprovechando el olvido y la indiferencia.
Recordamos el Holocausto porque con eso le damos una razón para vivir a los sobrevivientes que reconstruyeron sus vidas. Porque eso le da una historia y una memoria a cada uno de los hijos y nietos del segundo matrimonio de los sobrevivientes del Holocausto, para los cuales tener descendencia se convirtió en una misión de vida, una expresión de lealtad para los muertos, y una respuesta rebelde y digna a los designios del nazismo.
En lo personal recuerdo el Holocausto porque yo estuve allí. Porque soy cada uno de los muertos, y soy cada uno de los sobrevivientes. Si Hítler y los nazis hubieran completado su plan, yo no estaría aquí hoy escribiendo estas líneas. Cuando un sobreviviente habla de que perdió a su familia, que ante sus ojos le arrebataron sus hijos para aniquilarlos, yo pienso en mis hijos. También mis hijos estuvieron allá. Estuvimos allí. Estamos recordando a nosotros mismos.
Y sé que mucha gente no judía de buena voluntad, alarmada por los extremos a los que llegó la civilización, nos acompaña en este recuerdo.